Dos palabras, un grito de esperanza: ¡Viva México!

Llevamos en la sangre todas y cada una de las más grandes virtudes, sueños, deseos y anhelos

Es bellísimo pensar cómo el destino nos deposita, invariablemente, en el lugar indicado; cómo, habiendo tantos lugares, tantas personas, tantas posibles vivencias y aventuras, la vida nos acomoda como raíces que, en la tierra indicada, crecerán y florecerán. Estoy enamorada del mundo, del Universo, de todos los paisajes y caminos que se encuentran trazados en el mapa del planeta; sin embargo, he sido obsequiada con la más grande de las fortunas, una que, aunque no tuve el privilegio de elegir, jamás me arrepentiré de su grandeza: ser mexicana. Póngase cómodo, mi amado lector, pues pretendo robarme su atención por un buen rato.

Qué hermoso día para conmemorar una unión, un “ya basta”, un cambio radical. Aunque no soy partidaria de la violencia como solución a los problemas, de lo acontecido aquella madrugada del 16 de septiembre de 1810 se puede rescatar mucho más que tan sólo los daños sucedidos. Fueron miradas y corazones que fijaban su rumbo en la misma dirección, que latían al mismo tiempo y vislumbraban un futuro en el que ahora mismo nos encontramos. Fueron las circunstancias las que, aunque no desde siempre, estuvieron presentes; pero fueron aquellos grandes personajes, fuimos “nosotros” los que recobramos el sentido y la cordura y, de una vez por todas, tomamos las riendas de la patria… Nuestra madre patria. Más que la guerra, más que la sangre derramada y las penas vividas, lo que hace fundamental esta fecha tan querida es eso que muchas veces pensamos que no poseemos: la capacidad. ¿Quién dice que no se puede cambiar al mundo? ¿Quién dice que pensar y actuar distinto es sinónimo de fracaso? ¿Quién se deja creer que alguien más puede robarle a uno lo que siempre ha sido suyo? Cuando caemos en este tipo de reflexión mental, nos damos cuenta que lo único que hace falta es ponerse de pie y hacer algo; tomar cada pedazo de voluntad, ganas y actuar al respecto. Eso mismo: actuar al respecto.

Nosotros, los mexicanos, llevamos en la sangre todas y cada una de las más grandes virtudes, sueños, deseos y anhelos. Poseemos harta capacidad para todo, justo como cada ser humano en el mundo, sólo que, alguna que otra ocasión, no desempañamos el espejo para verlo. Nos ha jugado grandes batallas el miedo, la injusticia, la falta de claridad y de coherencia; sin embargo, es esa capacidad que reside en nuestro interior la que no ha permitido la derrota, ansiosa de que llegue el día en que nos levantemos, sin necesidad de armas, y nos veamos como hermanos, como un equipo, como un real y estremecedor “México”, resonando en todos lados, resonando justo ahora.

Qué orgullo el saberme mexicana y gritarlo a los cuatro vientos y a los siete mares; qué belleza el reconocimiento al talento, la calidez de nuestra gente, la bohemia interminable, el sabor de nuestros manjares, el abrazo que aguarda en casa y los paisajes incomparables. Qué orgullo todo el camino andando que, aunque un poco empedrado, hemos sabido sobrellevarlo. Qué dicha todo lo que nos falta por ver, por hacer, por vivir y por ser, sabiéndonos parte de algo no mucho más grande que nosotros, sino tan grande como nosotros.

Hoy, a 207 años de un pasado persistente; hoy, a 9,076 kilómetros de mi amado hogar. Hoy, mi gente mexicana, celebramos la victoria ante la apatía y brindamos por nuestro despertar; porque hoy, como todos los días del porvenir, resuena el canto más hermoso, el grito que nace y nunca muere, la esperanza de un nuevo amanecer: “¡Viva México!”

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.