El placer de la gastronomía en García Márquez… 2/3

Todo está en Gabriel García Márquez sabiéndolo leer. Para nosotros los latinoamericanos, no es como una Biblia, es la misma Biblia y uno de sus profetas mayores. En “Diario de un escritor” de Fedor Dostoievski, justo en los días de su muerte y cuando es atacado por un par de hemorragias severas, el gran esteta ruso pidió a una de sus hermanas, le acercaran a su lecho una edición ya ajada, harto sobada y leída del Nuevo Testamento. Dicho libro (no un libro, sino un verdadero plan de vida para los humanos aquí en la tierra) le había acompañado en sus días de cautiverio en la cárcel, donde estuvo a punto de morir fusilado, por lo cual le tenía muy especial aprecio y estimación. En esos días aciagos y turbación y en los momentos antes de la muerte, el gran Dostoievski solía abrir el libro al azar, señalaba un párrafo, una línea y leía al albur lo elegido por ruleta rusa.

Los libros de proporciones centáureas de García Márquez, ha apostillado con fineza el abogado Gerardo Blanco Guerra, aceptan este reto: ir al estante respectivo donde tenemos sus libros enfilados, sacar uno al azar, cerrar los ojos y señalar con dedo flamígero una línea o un pasaje. Pero antes de ello, hacernos y hacerle una pregunta. Sin duda, el libro va a responder. No es magia, el libro va a responder por un motivo: son libros totales donde bulle y hierve la condición humana. Los personajes del Gabo, a diferencia de lo afirmado por los críticos y malos lectores gringos, comen, van al baño, fornican no pocas veces sin parar, gozan de salud con todo lo aparejado adjunto: celos, envidias, rencores, ira, ardores, violencia, la raíz del mal; tienen amor, pasiones… Por eso seguimos leyendo al Gabo, aquí encontramos todo: un universo en sí mismo.

Y en este universo en el cual nos reconocemos, la obsesión por captar o reflejar ese llamado ser americano, adquiere residencia central, cuando se desprende esa arista la cual dominicalmente nos une a usted y a mí, lector: la comida, la gastronomía. Y este placer y necesidad (la comida es necesaria para vivir, pero la gastronomía es un placer de dioses humanos) se manifiesta en toda la obra de García Márquez.

El café. Sin azúcar, claro. La siguiente observación es del abogado Blanco Guerra: hay un fantasma el cual recorre todo “Cien años de soledad”, es el café. El café lo toman a toda hora los personajes del Gabo. No pocas veces, el café se convierte en un arma: con un café al cual le habían añadido estricina, trataron de matar al coronel Aureliano Buendía. Leamos el siguiente y breve párrafo: “A cualquier hora que entrara en el cuarto, Santa Sofía de la Piedad lo encontraba aborto en la lectura. Le llevaba al amanecer un tazón de café sin azúcar, y al mediodía un plato de arroz con tajadas de plátano fritas, que era lo único que se comía en la casa después de la muerte de Aureliano Segundo.”

El café aparece todo el tiempo en los textos de García Márquez, como en “Los doce cuentos peregrinos.” El café y no el alcohol, es el motivo por el cual los escritores vamos a la tumba. Balzac es el mejor ejemplo de ello. También, Stieg Larsson. En “Vivir para contarla”, las memorias de GGM, éste platica de sus días de “una soledad sin alivio”, donde, envuelto en la humarada de los cigarrillos “Bastos” y armado con innumerables tazas de café, escribía en un rincón “hasta diez horas continúas.”

Sin café, no hay vida posible…

 

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.