¿Sanar? Sí, lo deberías de leer

Poco a poco, es como el mundo se va poblando de personas incompletas y rotas

 

¿Cuánto tiempo, mi querido lector, ha pasado desde la última vez que lo lastimaron –o que se dejó lastimar, en su defecto? Espero que la respuesta no sea “hace un par de días, un par de horas”. Qué duro es cuando alguien más toma un puñal y lo clava directo en donde sabe que duele; y es que lo que duele no es el puñal en sí, sino que sabía dónde, justo en ese lugar que le confiamos como la mayor de nuestras debilidades. ¿Cómo sanar? Póngase cómodo, querido lector, que pretendo robarme su atención por un buen rato.

Cada quien guardamos una historia particular, dentro de la cual se van gestando distintos matices a través de los cuales contemplamos el mundo. Conforme crecemos, nos vamos quedando con las palabras de quienes más nos importan, entre ellas la percepción que de nosotros tengan: “Eres maravillosa, mijita”, “¡Qué bárbara! ¡Buena para nada!”, “Nadie te va a soportar nunca”, entre otras tantas expresiones que podríamos añadir a la interminable lista. Y quizás somos muy pequeños y no nos damos cuenta, pero tendemos a comprarles la idea “porque nos quieren y lo dicen por nuestro bien”, dejando que se vaya formando una fisura que, de momento, no duele. Sin embargo, al ir creciendo e ir notando el crecimiento de la herida a la par, tomamos una bendita y se la ponemos encima, ya que “probablemente tenían razón, no sirvo para nada. No soy querida, pero ni hablar”. Y vamos añadiendo benditas, una tras otra, pensando que la herida en algún punto sanará por sí sola, pero no es así; por más que se intente tapar o disimular, la primera bendita estará siempre mal pegada, repleta de lágrimas que brotan de la fisura sin parar.

Y así, de poco a poco, es como el mundo se va poblando de personas incompletas y rotas, que tarde o temprano, por su misma condición, buscarán o harán lo mismo que, para ellos, es un comportamiento normalizado; lo único que han visto a su alrededor. Ojalá de pequeños fuéramos advertidos con todo esto y poder prevenirnos de cualquier daño, incluso refutarlo; ojalá estuviera

instalada en el cerebro la información necesaria acerca de nuestro valor propio y nuestro valor en el mundo y así escuchar lo que nos tengan que decir, más no construirnos con base en ello. Ojalá usted que me lee

fuera consciente de tantas mentiras y palabras hirientes que se le dijeron cubiertas con la venda del “amor”, la “familia” o los “amigos”; de tantos malos tratos y denigraciones sin lugar ni motivo, perdonándoselos a la persona de quien vienen dirigidos sólo porque tiene ese lugar especial en su corazón.

Pero no, no es verdad. No se deje apropiar de concepciones negativas que vienen probablemente de personas que también están rotas; que también siguen cubriendo una herida; que no han intentado s-a-na-r. Lo sencillo es quedarse eternamente en el pozo de la miseria, pues el proceso que se requiere para restaurarse es profundo y largo; es volver al inicio y desmentir toda la basura emocional que fuimos adhiriendo a nuestra mente y cuerpo, así como entender que el título que tenga cualquier persona en nuestra vida no le da derecho de menospreciarnos o hacernos creer que no valemos, que damos “asco”, que sólo ocupamos espacio y robamos oxígeno. Por favor, no pensemos que lo anterior es “amor” sólo porque lo dicen quien nosotros màs amamos.

Usted tiene derecho de construirse de nuevo; de visitar la raíz y recordar cómo no quiere volver a ser tratado, sabiendo que por el simple hecho de existir ya lo vale todo y no tiene necesidad de demostrarlo; de entender que hay quienes no han sanado y siguen en el ciclo vicioso del daño, pero perdonarlos, pues no es su culpa habérsela creído. Querido lector, está a tiempo de ser feliz.

 

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.