Una fuerza superior

Si pudiéramos destilar lo que hay debajo de las emociones que nos hace sentir plenos y contentos, hasta obtener la esencia, llegaríamos al amor

Había algo en el aire que hizo que los transeúntes nos detuviéramos hipnotizados. Era una fuerza que no podíamos resistir y que me recordó una de esas películas de ciencia ficción, en la que los personajes obedecen como muñecos a un poder superior. Sólo que en esa calle angosta y empedrada del antiguo barrio de Barcelona, la diversidad de apariencias, edades y nacionalidades llamaba la atención. Esa fuerza era una voz que salía de una señora humilde, regordeta y desaliñada que cantaba magistralmente el aria de una ópera con un bote enfrente para colectar monedas.

Era imposible ignorarla y seguir adelante. Cualquiera que doblaba la esquina quedaba atrapado irremediablemente. Pero la magia la lograba no la voz, sino lo que había debajo de la voz que nos envolvía y unificaba. Ese elemento por el que perdemos todas las diferencias y encontramos la similitud de nuestra esencia, del espíritu y de la verdad: el corazón. Todo lo que hacemos se infunde de la energía con lo que lo llevamos a cabo, no cabe duda. La energía que esa voz emanaba era profunda y amorosa, dos cualidades que creaban el hechizo. Si pudiéramos destilar lo que hay debajo de las emociones que nos hace sentir plenos y contentos, hasta obtener la esencia, llegaríamos al amor.

De eso estamos hechos y esa es nuestra sustancia. En la vida diaria escuchamos la palabra “corazón” en expresiones como: “Le puso todo el corazón”, “le rompieron el corazón”, “me llegó al corazón”, “nos conectamos de corazón”, “sigue tu corazón” y demás. Sin embargo, ¿a qué corazón se refieren todas estas expresiones? Lo curioso es que no se refieren al órgano físico hecho de músculo y compuesto por varias cámaras, que bombea sangre y oxígeno a cada célula de nuestro cuerpo y que es eficiente como ninguna otra bomba en el mundo entero.

Cuando los filósofos, los místicos o las religiones nos hablan de la sabiduría del corazón, del asiento del alma, del maestro interior, del lugar desde donde se da la conexión con un poder superior, no se refieren a las cualidades de un órgano y sus funciones fisiológicas. “En la diferencia entre las definiciones del corazón físico y el emocional se encuentra la raíz de la división tan profunda que hay entre cuerpo y mente en la medicina de hoy”, comenta el doctor Stephan Rechtschaffen, autor del libro Time Shifting. “La ciencia actualmente acepta cada día más que las emociones y los pensamientos tienen consecuencias importantes en nuestra salud, la longevidad y el bienestar en general.”

Si revisamos los más de 200 años durante los cuales la razón se ha impuesto, a partir del llamado Siglo de las Luces, por encima de aquello que no es cuantificable, vemos que si bien hemos avanzado a pasos agigantados en lo que a la tecnología, la ciencia y la medicina se refiere, no ha sido así en los niveles de felicidad. Imagina que tuvieras guardado en tu garage y sin usar un auto último modelo, capaz de llevarte a mundos distantes y lugares fantásticos a velocidades inimaginables. Eso hemos hecho con el corazón. ¡Qué desperdicio! Si desarrolláramos más su lado metafórico, místico, intuitivo; si sólo reconociéramos su fuerza y poder más allá de su capacidad de ser una bomba eficiente, nuestra vida cambiaría. La promesa de esa evolución que tanto necesitamos se encuentra no en la mente, no en la ciencia, sino en el corazón. Es ahí, en ese órgano que hemos olvidado, que radica la base de nuestro poder personal más profundo y del cambio social que el mundo necesita con urgencia. Esa fuerza superior que todos traemos dentro de nosotros es: el amor.

Gabriela Vargas

Empresaria, conferencista a nivel nacional e internacional, primera asesora de imagen de México, comunicadora en prensa escrita, radio y televisión, esposa, madre de tres hijos y abuela de ocho nietos.