¿Ya probó un Negroni?

La vida aprieta, pero no se vaya de este mundo sin probar uno

Tengo una amiga un tanto rara, digamos. Imagino que yo he de ser el raro para ella, pero bueno. Es graduada de la Escuela de Comunicación y ha ejercido como editora en todos diarios de la localidad. Es buena amiga. Pero tiene una constante: siempre se tiene qué preparar, digamos, para todo. Es decir, cuando le digo que le invito un par de cervezas bien frías para platicar cómo le ha ido, siempre me dice que cuándo. A lo cual respondo que pues en media hora o a lo sumo, en una hora en un bar de moda. Ella siempre dice que no está preparada y que mejor tal día a tal hora. Yo le digo con la mejor disposición que sí; pero llega el día y la vida aprieta y en ocasiones ando fuera de la ciudad, en otro tipo de compromisos o vaya usted a saber en qué parte del país ando y amanece uno lejos del pueblo, en eso llamado tráfago de la existencia misma…

En ocasiones, le marco por la tarde y le digo que si almorzamos al día siguiente. A lo cual ella siempre dice que no, mejor tal día a tal hora en tal restaurante. Es decir, lo tiene que programar con días de anticipación. Eso para mí es algo raro, la verdad. Siempre que pasa esto, recuerdo aquella recomendación que el apóstol Pablo le endereza al joven Timoteo en su segunda epístola: “Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos.” (2ª Timoteo. 1:6). Es decir señor lector, la vida aprieta, se va de las manos en un suspiro y hay que aprovecharla hoy, mañana puede ser tarde. Vivir hoy y avivar el fuego hoy, no esperar a mañana. Avivar la vida, pasión y presencia en la tierra.

Lo siguiente me pasó con esta estimada amiga. Un día cualquier le dije de vernos y para no variar, no pudo. A la pobrecilla la acababan de operar de un cuadro rudo de apendicitis que casi le costó la vida. Y lo peor… cumplió años. En fin, nada por hacer. Y la anterior anécdota viene a cuento porque hace poco y con la compañía de un buen cuate escritor en Monterrey, N.L., éste tuvo a bien pedir como un trago al final de la comida, una bomba de la cual tenía años que no paladeaba. La había probado en México, D.F. en compañía de mí editor en BIZNEWS, Luke Betts, en pomadoso bar de la colonia Condesa, pero de esto hacía buen tiempo.

Mi amigo en Monterrey pidió un coctel, un trago llamado Negroni. Una granada de fragmentación. Me dijo que pidiera el mío. Estaba indeciso, pero para no parecerme a mi amiga rara que todo pospone, dije, va, está bien, venga el brebaje. Damas y caballeros del jurado: con uno, está usted bien. Con dos, usted habla entre tres y cuatro idiomas y todos a la vez. Con tres Negroni, usted se olvida del mundo y llega a hablar hasta en arameo. Caray, pega como patada de mula este coctel. La vista se nubla y todo gira en una soporífera borrachera que a uno le recuerda que sí, estamos vivos.

¿Qué es el Negroni? Pues depende de cómo se lo preparen, pero hay le va: mi licor favorito, Campari, en combinación con una medida de ginebra, vermut rojo italiano, hielos y una rodaja de naranja, todo montado en un vaso corto u old fashion. ¿Sabe quien lo bebía en pares? La bella y menuda Audrey Hepburn. También era asidua de este trago la escritora Marguerite Duras, autora de la famosa novela “El amante.” Imagino por eso, en restaurantes serios para comer y buen beber, como en “Don Artemio”, cada vez que usted pide un trago, se lo llevan como viendo visiones: de dos en dos. Pues sí, dos es mejor que uno. La vida aprieta lector, pero no se vaya de este mundo sin probar un Negroni. Decía Frank Sinatra: “Tal vez el alcohol sea el peor enemigo del hombre, pero la Biblia dice que ames a tu enemigo.” Fin.

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.