La Navidad, además de su significado original, adquiere la importancia que tiene
El domingo es la víspera de Navidad. El domingo, como cada año, hacemos de un día cualquiera un día especial; le damos un significado distinto a cada segundo del día y, por un momento, todo se siente diferente. Todo es diferente. Hacemos lo preparativos necesarios para asegurar que la mayor parte de la familia esté reunida, aunque sea por un solo día de 365 (o 366) que tenemos en el año. Y, precisamente, no nos percatamos de eso. No nos damos cuenta que no tiene que ser Navidad para compartir tiempo con quienes más amas en el mundo. Pero, ¿qué ha sucedido para que hayamos caído en esto? Póngase cómodo, querido lector, que pretendo robarme su atención por un buen rato. Durante los primeros años de nuestras vidas es cuando más convivencia existe con la familia. Miles de momentos que, en ese entonces, no sabíamos el valor que tenían. Veíamos la mesa llena sin darnos cuenta que es ahí donde se encuentra la fortuna y no en todas esas cosas materiales y superficiales que confundimos con “felicidad”.
Eventualmente, todos crecemos en este breve momento que llamamos vida, y las cosas, de un segundo a otro, comienzan a cambiar. Las agendas se aprietan y las distancias crecen –y no me refiero necesariamente en kilómetros, sino en la falta de voluntad y ganas de acercarse de nuevo. Nos comienza a faltar el tiempo, ese mismo que es imposible recuperarlo; ese tiempo que tanto subvaloramos sin saber que, como dijo Benedetti, “Cinco minutos son suficientes para vivir una vida entera, así de relativo es el tiempo”. Nos frecuentamos menos con nuestros hermanos, primos, tíos, madre, padre y familiares en general; y pensamos que no hay problema, pues sabemos, de alguna manera, que la familia, aunque ausente, siempre está presente. Y navegamos con esa bandera, justificando así todos nuestros pendientes. “No pasa nada, al cabo nos veremos todos en la cena de Navidad”, nos excusamos en el interior.
Es así como la Navidad, además de su significado original, adquiere la importancia que tiene, pues es el único día que no hay pretextos para evitar estar con quienes, probablemente y a pesar de todo, estarán siempre y sin condición. Pero esto no tiene por qué seguir siendo así. Uno no tendría por qué entender estando al otro lado del mundo este tipo de cosas, sino cuando las vive en el instante, atesorando un momento que quizás no se vuelva a repetir. Si hay algo en el planeta más grande que su total extensión, es el amor de la propia sangre, de quienes uno sabe que le esperan y le extrañan al punto de cruzar un océano para acompañarlo en una fecha tan especial. Eso, precisamente eso, es la manifestación más clara de que quien quiere acercarse, se acerca; quien quiere amar, ama; quien quiere demostrar, demuestra en carne propia todas las palabras bonitas que podemos decir cualquiera. Así que, querido lector, fuera de mis buenos deseos para usted y los suyos, le invito a dejar de ver la Navidad como una excusa para estar con quienes más le aman y empezar a darles y hacerles ese tiempo que, según nosotros, nos hace tanta falta. Ese tiempo que no es más que éste momento, pues ¿qué le asegura que tendrá otro?