“No puedo asegurarlo. Y ya tan poco importa”. –Díaz-Vélez
Llegó a mis manos en diciembre una antología poética de un tal Jorge Valdés Díaz-Vélez. Mi amiga y compañera de piso Susana me la regaló porque uno de los poemas se titula “María”, además de que la antología se llama “Parque México” (2018). La disfruté como hace mucho no disfrutaba de un libro, sin prisas ni fechas límite para terminarlo.
Hoy, pasados casi dos meses de haberlo leído, lo vi sobre mi escritorio y volví a leer un par de mis textos favoritos. Lo cerré, vi el nombre del autor y me percaté que no tenía idea de quién era; el nombre me sonaba a mexicano, pero nada más. Resulta ser que el señor Jorge Valdés no es sólo un poeta reconocido y premiado en México y España, sino que es también Coahuilense, nacido en Torreón. Pero ahí no termina la cosa. También fue fundador y director de la Casa de la Cultura de Saltillo y publicó “Kilómetro cero” (2009) con la Universidad Autónoma de Coahuila, así como “Nudista” (2014) con la Secretaría de Cultura del Estado (remitiéndome sólo a las obras que publicó en nuestra ciudad).
Ahora bien… ¿Cuál era la probabilidad de que Susana hubiera encontrado en una librería de Pamplona un libro que le llamó la atención por el título y el poema con mi nombre, y que, además de todo, resulte que el autor es más cercano a mí de lo que ni ella ni yo podíamos imaginar? En fin, nunca lo sabremos; pero qué bello es seguir corroborando que todo está conectado en el fondo (todo y, por lo tanto, todos). A continuación, les comparto un par de versos del dichoso autor a quien le dedico este artículo, esté en Sevilla, en Torreón o, para como son las cosas, en el edificio de al lado.
“Polaroid”
Son siete contra el muro, de pie, y uno sentado. Apenas si conservan los rasgos desleídos por los años. Las caras resisten su desgaste, aunque ya no posean los nítidos colores que ayer las distinguieron. Entre libros y copas, las miradas sonrientes, las manos enlazadas celebrando la vida de plata y gelatina se borran en el sepia de su joven promesa. Por detrás de la foto están escritos la fecha, los nombres y el lugar de aquel encuentro. Fuimos a presentar el libro de uno de los amigos que aparece en la polaroid viendo hacia el vacío. Después de hizo la fiesta y más tarde el accidente nos llevó al cementerio. Dijimos en voz alta sus poemas. Los siete contra el muro, de pie, uno leía. Todos aún le recordamos y casi por costumbre le voy a visitar con girasoles. Todos hemos envejecido menos él, ahí en la vista fija. Nos mira desde sus 20 años, que son los de su ausencia, con ojos infinitos de frente hacia la cámara, llevándose un verano tras otro, aunque comience a degradar su tono naranja sobre el duro cartón de la fotografía.
“El desastre”
El ángel de pasión dejó tu casa con un desorden tal que no sabías por dónde comenzar: copas vacías, ceniza por doquier. Y su amenaza rotunda de carmín: “En la terraza te aguardo. Un beso. Adiós”. Tú conocías la forma de cumplir sus profecías. Temblaste al recordar: “Todo lo arrasa un ángel si al partir te sobrevuela”. Te diste a la tarea de hacerla remontar por tu memoria, sus manos en tu piel, su duermevela. Pensaste: “Si es amor, pues que así sea” y fuiste a abrir la puerta giratoria.
LA AUTORA
Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.