Relato sinestésico
Me desperté. Últimamente el sueño y mis ganas de dormir no tienen ánimos de conciliarse. Acá es tarde, aunque no tanto como para preocuparse. Nunca es tan tarde como para preocuparse. Hace frío y quedan todavía los amagos de lo que ayer fue nieve.
¿Habrás visto nevar alguna vez? Puedo imaginarme tu reacción, el brillo en tus ojos, tu libreta y tu pluma en la mano. Qué lindo cómo haces de todos los detalles algo tan tuyo, tan mágico. ¿Ya viste? Es inevitable, siempre termino escribiendo algo alrededor de ti. Y pensar que ya existías, ya amabas, ya eras antes de que la vida nos coincidiera…
Hace poco te pregunté: ¿Qué tan sólo está realmente el que escribe? Tengo varias respuestas, aunque aún me planteo cuál será la más acertada; sin embargo, escribir (y por lo tanto, escribirte) es, invariablemente, ser y compartir. Viendo así la situación, del otro lado de las líneas o el teclado hay algo o alguien que motiva la redacción, que le da sentido a una simple madrugada de febrero. Nunca estoy sola cuando te escribo. Si supieras las veces que te he invocado con el puro tacto del papel, con la primera línea de tinta. Si supieras el puente de renglones imaginarios que he construido sin querer hacerlo, “como quien no quiere la cosa”. Si supieras todo lo que no sabes y tal vez no sabrás nunca.
Escribir un minuto diario, en eso quedamos. Pero, ¿cuánto es un minuto? Sabemos que la distancia y el tiempo son sólo o-tros-for-ma-tos, por lo tanto es interesante pensarlo. ¿Cuánto es realmente un minuto entre nosotros? ¿Crees tú que exista algo con lo que podamos medir la cantidad de momentos y causalidades que nos han sucedido? Quizá no con los métodos convencionales, esos que nunca nos han funcionado. Quizá con textos, extensiones de letras que inmediatamente se transforman en tacto, sonido, visión. Cuándo hubiera yo pensado que iba a poderte encontrar haciendo lo que sale natural de mis dedos, sin buscarlo.
Aunque parece que eres el único leyendo esto, hay otros cuantos lectores tratando de encontrarle una forma o razón a este constructo de párrafos. No la hay, se los digo ya mismo, aunque les agradezco que sigan dándose el espacio para continuar y tratar de encontrar el secreto, que no es secreto del todo. El amor, practicado y vivido, es lo más transparente que debería notársele a todos los seres humanos. En cualquier caso, este texto es tuyo, como también lo son tantas otras cosas que no importan en este momento. Sé incluso que lo sabes por anticipado, y es bello. La certeza de las cosas contribuye a la paz del espíritu. Puedo ver tu ligera sonrisa de lado, entrecerrando los ojos. Cada que te escribo, te observo; eres parte de la continuidad y la forma de este intento de personificación. Sé también que puedes escuchar mi voz al leerlo; y, si prestas un mínimo más de atención, puedes observarme tan claramente como si estuviera al frente tuyo. Al final, esto que escribo no es más que cómo me siento cuando pienso que me estás observando. Qué fácil me resulta alcanzarte cada que quiero decirte algo; tú, a quien le he dicho tan poco.
En fin, para nuestro beneficio, siempre podremos escribirnos, aunque sea sólo un rato.
Aunque sea entre sueños.
LA AUTORA
Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.