Sí, poesía o-tra-vez y otras mil veces
Esta pretendía ser una columna del día de las madres (¡feliz día a todas y cada una, en especial a la mía! ), pero estoy segura que no sólo mis colegas columnistas redactarán algo muy bello, sino también que viene bien un poco de variedad para aquellos que quieran leer algo distinto. Ahora, les comparto dos cosillas que trabajé durante este año escolar. Espero sus comentarios, impresiones y sugerencias. Y los quiero tanto, mis adorados. ¿Qué sería de estas letras sin sus ojos?
Sin nombre
Recordaré el primer instante en que el kilowatio, remiendo de la noche, se hizo pasar por luz, iluminando nuestro pequeño cuerpo en la habitación oscura de paredes blancas donde el primer trozo de ti se evaporó.
Después, los años. El Tiempo pasaría por nosotros entre chupetes, dientes de leche y diarios íntimos; entre copas, sonrisas y secretos.
Contemplaríamos el mismo mar durante el verano y el mar nos reflejaría de vuelta, distintos. Tendríamos un par de viajes, el tacto del piano, la Rayuela de Cortázar y los cigarrillos nocturnos. Descubriríamos que amar es lo más lejano al sufrimiento y lo más cercano a la plenitud.
Y, entre tanto y tan poco, tú te escapabas del resguardo que te construyeron mis miedos, convirtiéndonos en caminos, notas, letras y humo; regalándote de a poco en Todo lo que en principio no era yo.
No busco ya a tientas la respuesta. No busco que me salves. Ahora, omnipresente, me encuentro viva en donde nos dejaste. Ahora, gravedad, cielo y tierra.
Cuando el final se acerque, no estarás tú para rescatarme. Y habrán pasado ya algunos ayeres desde la última vez que te vi de frente en aquel espejo, libre.
Y me iré, por fin, transparente, como el viento y la nada.
3
Le gente dice que me veo triste últimamente. No he pensado mucho al respecto; al final, ¿qué pueden saber ellos que no sepa yo? Tal vez sea cansancio, más no ese cansancio que proviene de un esfuerzo físico, sino el que, después de pensar tanto, de sentir tanto, de ver tanto, termina por agotar al alma, no al cuerpo. Si tuviera que definirlo, sería algo parecido a la sensación que provoca el haber comido el trozo más grande de pastel cuando uno cumple años: ese tener la inmensidad en frente y devorarla de un bocado. Un plato de realidad que pretendemos asimilar en un par de segundos, como si acto seguido fuera a desaparecer frente a nuestros ojos. A veces, después de contemplar ese detalle que tiene el viento cuando acaricia las hojas, me percato que (me) ha pasado algo, que el mundo siguió su curso mientras yo me detuve de imprevisto para admirarlo. Soy consciente que la vida va más rápido que yo… Y me cansa asimilarlo. Me pregunto si esa gente ha sentido lo mismo.
LA AUTORA
Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.
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