Gracias por su amable atención estimado lector. Hartos comentarios me han llegado con motivo de los cinco textos aquí editados con el cual y ahora, llegamos a completar el ciclo. Pues sí, fueron realmente pocos para dar cuenta de los alimentos favoritos de pensadores, filósofos y científicos, los cuales con su magia y pensamiento, han hecho girar al mundo todo. Fueron cinco magros textos para acercarnos a sus dietas y hábitos alimenticios, lo cual les posibilitó, estudiar, divagar, prepararse harto y luego, llegar a grandes teorías u obras las cuales y aún hoy, las seguimos masticando. Prometo regresar con un tríptico más en tema tan apasionante.
Y es que acercarnos a las teorías filosóficas (o a sus vidas) de Diógenes “el cínico”, Platón, Sócrates, Jean Paul Sartre, Juan Jacobo Rousseau, Voltaire, Alejandro Dumas, Albert Einstein… no está exento o divorciado de abordar su arista culinaria, la cual no pocas veces forma parte del armado integral de sus sistemas de pensamiento y teorías educativas, científicas y filosóficas. Por eso el gran Platón convocaba a bebedores, comensales, poetas y artistas a su famoso simposio (“symposium” en latín), para establecer una buena esgrima verbal alrededor de varios temas, pero sin perder aquello que nos hace humanos: la bebida y la comida.
Lo anterior usted lo sabe, lo dejó por escrito en “El banquete.” Y en el primer texto de este quinteto de columnas, le advertí que íbamos a dejar de lado a los poetas y escritores.
Sin duda alguna, por su mala fama que tienen (tenemos) en sus espaldas. Aunque someramente le nombré a uno o dos, los dejamos de soslayo. Y claro, ahora le digo que en una saga de columnas que ya estoy terminando, los abordaremos: qué comen ellos, qué comen sus personajes en sus novelas, cuentos y poemas. Cuáles son sus alimentos favoritos, y de esos alimentos favoritos, por qué algunos de ellos son recurrentes en sus textos y otros son considerados malditos. Dijo Ludwig Feuerbach: “el hombre es lo que come.” Agatha Christie comía hartas manzanas, cuentan sus biógrafos que, mientras mantenía sus relajantes baños en tina, se comía una tras otra, una manzana tras otra.
El eterno atormentado de Franz Kafka, mientras escribía, siempre tenía un vaso de leche a la mano. Atado al potro del café, mucho se ha contado de la debilidad o enfermedad de Honoré de Balzac por el café. Escribía de pie y en bata. Diario, se recetaba alrededor de 50 tazas de café.
En ocasiones, no era suficiente: mordía y comía los granos de café. Semejante dieta pues sí, lo llevó a la tumba entre delirios, pero autor de una obra fundamental para la humanidad: una obra total.
Pero también y honor a la verdad, no pocos genios de las artes y la ciencia (pintores, escritores, científicos, filósofos), han muerto en la más completa y brutal indigencia: sin comida, sin vestido, sin un lugar digno para morir: Vincent van Gogh, Vermeer, Edgar Allan Poe, Nikola Tesla, Oscar Wilde… Recapitulamos: es insoslayable ser. Luego, el tener para comer y claro, comer para vivir y crear. Así de sencillo. Regresaré al tema.
EL AUTOR
Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.
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