¡Me robaron mi niñez! – clama la niña Greta en la parte más sensible de su discurso.
¿Cómo no voltear a verla? ¿Cómo no ponerle más atención? Seguro has escuchado de
ella, es una jovencita sueca que ha extendido sus quince minutos con el tema del calentamiento global o algo así. Socrático como soy, no me voy a meter a analizar los
problemas de los que ella habla, me meto más bien al problema que ella representa.
Ahí tienes que, entre otras cosas, la niña Thunberg trae pleito casado con el villano mundial, a saber, Donald Trump (dicen que, si acá tenemos nuestro ganso, allá tienen a su pato). Y pues ya sabes: nada más redituable que subirse al ring con la piñata universal para darle de madrazos.
Y felices todos dándole vuelo y aplaudiendo. Total, es políticamente correcto tomar la postura ambientalista y apoyar a quien se planta a vociferar ante la ONU y en donde le pongan un micrófono. Todo muy bien y muy bonito en las formas, como para película cristiana o de Derbez, pero ¿y el fondo?
El asunto es que la niña se roba la atención que debemos darle a los expertos en el tema. Porque todo se sale de contexto cuando se convierte en show mediático. Hace tiempo hablamos en esta columna de los argumentos ad hominem, que son aquellas falacias en las que se desestima el argumento no por su lógica, sino porque quien lo dice carece de autoridad para defenderlo, y al decir autoridad me refiero a cuestiones morales, éticas, y por supuesto, técnicas o académicas; si recuerdas, es la forma que se utiliza en política para descalificar todo lo que haga o diga el contrario: si Hitler dice que el agua es incolora, sus detractores dirán que eso es falso, porque lo dice Hitler.
Pero existe una cara contraria, el argumento de autoridad, o como decía el querido maestro Galindo: magister dixit. En efecto, como la has pensado, en esta falacia se da por verdad cualquier cosa por el simple hecho de quien lo expresa, podemos decir que es la prueba que necesitan los fanáticos: para unos, si lo dice el Peje es verdad mientras para otros si lo dice Calderón es plata pura; es el argumento de las religiones (porque así está escrito), o más fácil, es el argumento del jefe de familia: porque lo digo yo.
De ahí todo el problema de la niña Greta, pues desde argumentos de descalificación al capital y a líderes del tipo Trump, se monta en una falacia de argumento de autoridad moral que se ha confeccionado gracias a nuestra voracidad por esta clase de historias, dejando, como lo cité párrafos arriba, a los verdaderos expertos sin voz audible para los temas que enarbola.
Total, que la niña Greta nos culpa a quienes gozamos del libre mercado por haber perdido su niñez; yo diría que culpe a sus padres y a quienes la patrocinan, pues no entiendo como permiten que se encasille desde tan joven en una imagen que pretende salvar el futuro del mundo, pero que a lo más le alcanza, para veinte minutos de fama y una vida para justificar sus dichos mientras le da de patadas al pesebre.