¿Cómo le ha ido hasta hoy de aislamiento y pandemia, señor lector? ¿Usted que ha hecho: abrir los ojos o cerrarlos?
Usted, si me ha seguido por un buen tiempo en estas páginas de VANGUARDIA, sabrá que todo, absolutamente todo el mundo me lo explico a través de la lente de la literatura, de la música, del arte. Cuando quiero clarificar mis torpes ideas en cualquier materia, pues leo poesía. Alta y buena poesía, como la del Nobel mexicano Octavio Paz. El título de esta columna es de uno de sus libros más señeros: “La estación violenta”, libro que a la vez tiene dentro de su panza ese poema portentoso llamado “Piedra de sol”. Otra cosa, señor lector.
En este libro de poemas del maestro Paz, hay un verso que he tomado como pretexto para iniciar esta columna: “¿Abrir los ojos o cerrarlos, todo es igual?”. Repito la pregunta: ¿usted qué ha hecho ante semejante forma de aprisionamiento y esta nueva realidad?, que a mí, en lo personal, me trae muy jodido, seamos francos. Cada quien deberá tomar muchas y sabias decisiones en su vida. La cosa no es sencilla. Y como hay que tomar sabias decisiones, pues usted tiene que tener la cabeza fría y la panza llena y sin que le gruña. Con la panza llena, uno piensa mejor.
Por cierto, en este libro memorable de Octavio Paz, el poeta define a la tuna como un “espinoso planeta coral”. Hay “higos encapuchados”, las uvas tienen un “gusto a resurrección” y las almejas son “virginidades ariscas”, para terminar con una enumeración placentera de lo que los ojos ven y las manos tocan: “sal, queso, vino, pan solar”.
Para otro poeta divino, Charles Baudelaire, “el músico entendido debe usar la champaña para componer una ópera cómica. Allí la alegría burlona y ligera que el género exige. La música religiosa quiere vino del Rin o del Jurancon. Aquí, como en el fondo de las ideas abismales, hay una amargura embriagadora. Pero la música heroica no podría prescindir del Borgoña, que proporciona un serio transporte o fuga y el arrebato del patriotismo.”
Vea cómo la literatura, la música y la pintura están mezcladas siempre con la gastronomía. Vaya, es la vida misma la que no se puede sustentar sin la gastronomía. Comer para vivir es solo eso, sobrevivir. Pero cuando la comida se elabora y reelabora, como hoy se hace y la conocemos, eso se llama arte, gastronomía, y es, sin duda, una manifestación de la cultura. El gran Erasmo de Róterdam espetó: “¡Feliz Borgoña! Verdadera madre de los humanos, que semejante leche les brinda.”
Los humanos somos los únicos animales (no creo que seamos animales, pero bueno, eso dicen los evolucionistas con su gurú a la cabeza, Charles Darwin. Yo prefiero y elijo ser hijo de Dios altísimo, no hijo o descendiente de un mono) que cocinamos. ¿Por qué los delfines, que son tan inteligentes, o tantas variedades de monos y primates no han evolucionado hasta llegar a manejar el fuego y cocinar sus alimentos? Los científicos evolucionistas lo pueden responder, no yo. A mí ni me interesa.
Trate usted de comer bien, de bastimentarse perfectamente para que el bicho chino no lo encuentre sin defensas. Y claro, coma y beba bien todos los días porque esto va para largo, desgraciadamente. Siéntese a la sombra de un árbol, lleve sus viandas y su vino y piense qué va a hacer. El futuro tiene nombre y apellido: sólo hoy.