Contrario a la preparación académica, que tiene un inicio muy claro, empezar a sembrar en una carrera profesional tiene un periodo más bien amplio. No es tan fácil circular un día en un calendario como la fecha de arranque. Entonces, no tengo del todo claro cuándo fue que empecé a sembrar, lo que sí sé es que tengo bastante tiempo de estarlo haciendo. Tanto, que durante muchos años las jornadas se volvieron larguísimas, con apenas algún descanso, y no se veía avance o si acaso era muy poco. Sembrar ha sido un periodo de muchos años de trabajo duro, con muchísimas dificultades, salpicadas de algunas recompensas.
Se trata de un camino cuesta arriba, sin atajos, con tramos breves que son planos y escasamente de bajadita. Es una carrera de largo aliento, con un objetivo en mente que se ve tan lejano que se puede confundir con un sueño, una fantasía, y quizá lo sea. Pero al trabajar cada día rumbo a ese sueño nos estamos acercando un poco. Lo que he encontrado más enriquecedor al momento de sembrar en mi carrera han sido mis interacciones con la gente. He estado rodeada de personas cuya energía me ha llevado a crecer. No estoy diciendo que siempre haya sido fácil o que haya caminado por un pasillo alfombrado con pétalos de rosas. Por el contrario, con mis clientes me he sentido bendecida y retada: a dar más y dar mejor, a poner todo lo que sé para que cada quien brille en su autenticidad como seres humanos. De tal manera que políticos y empresarios que me han permitido acompañarlos, proyecten su mejor versión en congruencia con quiénes son y qué es lo que desean hacer.
Desde luego, también he crecido en los intercambios con mi equipo de trabajo. Este ha ido cambiando a lo largo de los años y debo reconocer que aquí ha sido más duro. He aprendido a confiar, a delegar, a avanzar más lento pero en grupo. He aprendido con muchas lágrimas a arrepentirme por una decisión mal tomada, por un engaño que no percibí o una estocada que no anticipé… En esos momentos es cuando el periodo de sembrar se me hacía eterno… muchas veces me preguntaba: ¿cuánto más falta?, ¿cuándo va a llegar mi momento?, ¿cuándo voy a despegar? Pero mis preguntas no parecían acelerar un proceso que solo Dios conocía. Entre lágrimas y con el coraje adherido a las entrañas, aprendí a reponerme, porque aunque en incontables ocasiones haya pecado de ingenua, en el fondo creo en la bondad de la gente. Estoy convencida de que siempre se pueden solucionar las cosas y que siempre podemos lograr cosas más grandes, más positivas y majestuosas para todos. Estoy enamorada de la gente, de su potencial, de las posibilidades que se desdoblan cada día. Así vengan con un reto, así implique sudor y sangre, tengo la certeza de que al final siempre, pero siempre, vale la pena.
Cuando entendí esto y me abracé a mí misma al aceptarlo con todo lo que implicaba, me llegó el momento de cosechar.
Continuará…
Twitter: @claravillarreal