Quienes me siguen en redes sociales han sido testigos que hace algunos días estuve presente en el AT&T Stadium de Dallas Cowboys, en el juego contra los 49‘ers de San Francisco el 16 de enero. Este fue el juego de la NFL que presencié por primera vez en mi vida. El resultado fue: 23-17 a favor de mi equipo favorito, los 49‘ers.
La energía que se vive en el estadio es impactante, todo está dispuesto para entregarse como espectador al juego de americano. La gente que ya ha tenido esta experiencia tiene un ritmo que los distingue de los demás… saben por donde entrar, cómo moverse, y hasta organizan una carne asada afuera del estadio, previo al partido.
Es una experiencia única y significativa. Hasta ese momento mi viaje iba a buen ritmo y quizá hasta de acuerdo a lo previsto. Al finalizar el juego el grupo de aficionados con quienes coincidimos en el estadio nos invitaron a mis amigas y a mí a continuar el viaje a Green Bay; siguiente fin de semana, pero ahora el lugar donde los 49‘ers enfrentarían a su próximo rival.
Viajo muy a menudo pero siempre lo hago por trabajo y lo documento en mis redes sociales; hago lo que tengo que hacer y me regreso, todo de acuerdo al plan, pero ahora, la vida me ofrecía una oportunidad, surgió de la nada la posibilidad de hacer un viaje inesperado. Comenzar una aventura, con personas nuevas que la vida ponía en nuestro camino. La decisión implicaba quedarme más días de los previstos por lo que me sentí dudosa. Hice 3 llamadas: La primera a mi asistente, para revisar la agenda y ver si podía tomarme unos días libres. Me confirmó que todo estaba despejado.
Luego llamé a mi socio, para pedirle que por favor me cubriera en caso de que saliera algún imprevisto. Lo aceptó de la mejor manera. Por último llamé a mi mamá, para pedir algo de apoyo moral o hasta orientación. Ella me dijo que lo hiciera, que le diera para adelante. El año pasado en mi cumpleaños no hubo oportunidad ni ganas de festejar. Me la pasé en casa cuidando a mi papá por COVID. Y este año, todo pintaba igual. Con el repunte en los contagios por Omicron no era el mejor momento para hacer una gran fiesta. Entonces, me aventé y decidí hacer el gran viaje, con una sola condición: que festejáramos mi cumpleaños. Los nuevos amigos aceptaron felices de la vida y se comprometieron que así sería. Para seguir en la sintonía deportiva, el miércoles 19 de enero fuimos al United Center a ver otro de mis equipos favoritos desde la infancia, Chicago Bulls contra los Cavaliers. Otro regalo de cumplea- ños, mi equipo ganó 117-104.
El siguiente reto era conseguir un asiento en el estadio Lambeau Field; quienes conocen su historia, saben que aquello es una hazaña heróica dado que todo está vendido, pero la suerte estaba de nuestro lado. El día sábado 22 de enero llegamos al estadio con -6 grados C, en el medio tiempo bajó a -10 grados C y comenzó a nevar, no sentía los dedos de mis pies pero la emoción de estar ahí presente no tenía comparación alguna con otra experiencia. Green Bay dominó todo el juego, pero sorprendentemente mi equipo volvió a ganar 13-10. Realmente esto parecía un sueño, pero era real.
Llegamos al hotel a las 23:30 hrs y como lo prometido es deuda, mis amigos me sorprendieron a las 00:00 con un pastel y cantándome las mañanitas. Apagué las velas y pedí un deseo. Este 23 de enero lo recordaré para siempre. Fue una semana cumpleañera inesperada donde permití que la vida me sorprendiera. Un viaje de 2 días se convirtió en una experiencia fascinante de 9 días llena de sorpresas, viajes inesperados, emoción, y nuevas amistades.