Solemos fijarnos en lo que nos falta en lugar de apreciar lo que tenemos. Sucede sobre todo cuando nos miramos al espejo de cuerpo entero. Con cuán poca caridad lo hacemos. Qué críticos, vanidosos y entumecidos nos podemos volver. Qué visión tan limitada ante la maquinaria más sofisticada y perfecta que existe en el planeta entero.
Solemos ver al cuerpo, este vestido terrenal que nos da el privilegio de estar vivos, como algo desconectado del ser que somos; sus achaques, limitaciones y demandas nos afligen, irritan o hacen sentir menos. Pero el cuerpo quiere que percibamos que es más que ese esqueleto con músculos y peso que nos ayuda a transitar por la vida.
Durante dos años, semana tras semana esperábamos con ansiedad el resultado de los análisis de sangre de Pablo, mi esposo. Eran tres páginas de reporte de elementos. En cada ocasión, sin falla, la mayoría de ellos estaban fuera de rango. Aun así, Pablo llevaba una vida “normal”. Diario salía con buen ánimo a andar en bicicleta a Chapultepec, mientras soslayaba que se cansaba más pronto que antes.
Durante este período de aprendizaje, me enteré de la importancia y la cantidad de funciones que cada elemento sanguíneo tiene para mantener el delicado equilibrio en nuestra salud. Lo menos que se puede decir es que nuestro cuerpo es un milagro. A un tiempo, me di cuenta de lo olvidado y solo que está. Únicamente admiramos su faceta estética y, en el día a día, las redes sociales se inundan de imágenes que contribuyen a no ver más allá de lo superficial.
En nuestro cuerpo existe un micro mundo interior que, por su complejidad y grandeza, es comparable con el universo o el cosmos. Darme cuenta de esto y de su impacto en el estado de ánimo, el estado físico y la longevidad, tanto como en las relaciones y, finalmente, en el tipo de vida que llevamos y nuestro futuro, me llevó al asombro.
En sus últimos días en terapia intensiva, conectaron a Pablo a una máquina de hemodiálisis que medía casi dos metros de alto, por uno de ancho. En ella, una enfermera tenía que colocar y vaciar, de manera constante, una serie de bolsas gigantes y pesadas. Al ver el trabajo de la practicante, pensé que los riñones hacen eso cada segundo del día, calladitos y eficientes, sin que nos demos cuenta.
Y así, podríamos describir con fascinación al sistema inmunológico, el cardíaco, el digestivo, el óseo, con sus mil articulaciones, y a cada órgano. Notemos, por ejemplo, la perfección del corazón, que bombea 375 litros de sangre cada hora a través de un sistema circulatorio que, si lo extendiéramos, podría darle dos vueltas y media al planeta Tierra. Y ni hablar de la maravilla de nuestros ojos, por medio de los cuales percibimos el mundo.
Ante esta milagrosa manifestación de millones de años de desarrollo, todavía nos atrevemos a enojarnos con nuestro cuerpo por no lucir como el de un o una modelo.
Nuestro vestido terrenal quiere que nos demos cuenta de que ya es perfecto y es tan sagrado como nuestra alma; que cada pequeña acción de una extremidad, cada arruga, cada sustancia y cada microscópico prodigio que se lleva a cabo dentro de nosotros, nos permite estar sanos y gozar de la vida. Leamos los pequeños achaques que nos manifiesta como una manera de pedir ayuda. En especial, apoyémoslo con ejercicio diario, con amor a nosotros mismos y a los demás, con buenas relaciones, con una alimentación adecuada, así como con las horas de sueño y descanso que necesita y, en especial, con gratitud ante la vida por cada minuto que nos regala.
Con el tiempo, veremos cuán agradecido es.