Comprendí a mi madre el día en que me convertí en mamá.
Entendí los sacrificios y la responsabilidad en el momento en que mi prueba de embarazo dio positivo. Desde aquel segundo ya nada volvió a ser igual: vitaminas, descanso obligatorio, cambios en mi cuerpo, antojos, desajustes hormonales y dos corazones latiendo sin parar.
Comprendí a mi madre el día en que tuve por primera vez a mi hija en mis brazos y mi mundo entero se detuvo; ya no tenía aquel tiempo libre que utilizaba para hacer mucho y poco a la vez. Comprendí a mi madre el día en que la calentura, el llanto, los cólicos y la enfermedad no cedían y mi corazón se apachurraba al sentir angustia y preocupación.
La entendí con aquel raspón, aquella mordida de la guardería y el rasguño que no pude evitar; también en los planes cancelados, las noches en vela y las mañanas ajetreadas.
La entendí en cada etapa, en cada situación, en todo momento, en los días donde la maternidad duele y también en los que se siente como un regalo de Dios.
La comprendí en aquellas visitas al doctor, cuando entró a la guardería, cuando pasó a preescolar y en los retos presentados en primaria. En cada esfuerzo físico, cuando creía que no podía más, y estaba desgastada mental y emocionalmente.
Comprendí en el momento de rebeldía, donde las palabras que no quieres oír son pronunciadas y las discusiones se vuelven inevitables.
Entendí a mi mamá justo cuando quería tirar la toalla, cuando dudaba y creía que lo que hacía no era suficiente y me sentía triste y cansada.
También la comprendí cuando conocí sus muchas formas de encontrar su medicina: en las risas, los abrazos, los besos y los deseos de buenas noches.
Hoy, después de 11 años y con un poco de experiencia, sé reconocer el gran esfuerzo que una madre hace por los hijos, el gran amor que se siente al ver su carita por primera vez, al oír su corazón y al oler su peculiar aroma.
Que cada día es un reto al cual nos enfrentamos, pues complementar la maternidad con todos los roles que tenemos es complicado y pesado a la vez; sin embargo, siempre la recompensa será mayor y en la balanza el amor hacia ellos es incomparable.
Mi madre me enseñó a ser madre, aunque siento que me falta una vida para poder igualarla. Hoy le agradezco y le reconozco cada palabra, acto, decisión y sacrificio que hizo por mí y por mis hermanas, porque no es fácil, ni mucho menos sencillo educar, criar, acompañar y tomarnos de la mano para guiarnos, enseñarnos todo de la vida y nunca soltarnos.
Es verdad que una madre no espera un regalo, un reconocimiento público o unas palabras para sentirse feliz, pues todo lo que hace es sin esperar nada a cambio. Lo único que desea es que sus hijos encuentren la felicidad y algún día puedan decir: “¡gracias por todo, mamá!”