No seré yo quien señale con autoridad moral a los jóvenes que, sincronizados con la naturaleza del ser humano, corren riesgos innecesarios poniendo en peligro su integridad física y la de los demás al conducir a exceso de velocidad o en estado inconveniente: soy la envidia de un cementerio de gatos que no llegaron a la séptima vida, habiendo salido ileso de múltiples accidentes sin saber dar una respuesta mejor al clásico “no sé” que se utiliza cuando te sucede algo por simple estupidez.
Pero la manera de abordar el problema por parte de las autoridades sí es un tema en el cual debemos involucrarnos.
Seguro lo has notado: proliferan los bordos reductores de velocidad en cualquier tipo de arteria, por toda la ciudad. No puedo presumir de haber viajado mucho por el mundo para decir con total conocimiento de causa lo siguiente, pero le batallo para recordar en dónde he visto estos topes más allá de zonas escolares o sitios en que las personas bajan de los autos para ingresar a hospitales, aeropuertos y demás lugares donde los reductores de velocidad sirven para proteger al peatón de los coches, no para resguardar al automovilista de sí mismo. No recuerdo haber visto esto sobre bulevares. Solo en Saltillo.
Me pregunto el porqué de esto. Y, claro, el reduccionismo simplón nos dice que es una cuestión de cultura. Más o menos de acuerdo. Pero… siempre habrá un pero para que un conceptito se convierta en dilema. Me explico:
La cultura (o falta de) no es privativa del ciudadano. Y así como cada individuo ha de tener su propia filosofía de la vida y de las cosas, también los gobiernos se acogen a filosofías políticas, económicas, sociales y así una por cada titular del gabinete. Podríamos decir que la filosofía de una administración es su ideología… sus conceptos… su cultura.
Es muy conocido que los servidores públicos tienen un ojo en sus representados y otro en la futurología, de ahí que toda acción sea minuciosamente calculada para medir el número de likes y hates que arrojará, y la cultura de una administración se desnuda al actuar en consecuencia.
De ahí que, cuando ocurren tragedias como las registradas en los distintos bulevares de Saltillo, las autoridades deban reaccionar ante la demanda ciudadana de minimizar la frecuencia y alcances de esos lamentables accidentes. Y aquí es donde, por una disyuntiva política, se abre una ventana de oportunidad para que los saltillenses entremos en esa cultura de las ciudades donde se transita pian-pianito sin necesidad de ir brincoteando e incrementando la cartera de fabricantes llanteros y de amortiguadores.
Esta disyuntiva política, tan llevada y traída en los círculos de poder de cara a las elecciones del próximo año, indica que la actual administración municipal va de transición, es decir, que en su horizonte no aparece la reelección. Y no hay nada que beneficie más a un pueblo que un gobierno de transición por la posibilidad de implementar medidas poco populares, pero necesarias.
Ya lo vimos en el Centro Histórico: obras y parquímetros que trastocan de inicio la actividad económica, pero a la larga se espera que repercutan en más visitantes al código postal 25000. Son acciones impopulares, pero que, al paso del tiempo, forman cultura.
Aterrizando en el tema, considero que, dadas las condiciones políticas y sociales de Saltillo, es tiempo de abrir un debate serio, libre de filias y fobias, para aprovechar la recta final de una administración transitoria, en el sentido de instarlos a implementar y desechar lo que sea necesario para que nuestra ciudad sea más fácil y segura de transitar. Eliminar los bordos e implementar las fotomultas parece una buena forma de transitar hacia una mejor cultura al volante, y menos accidentes que lamentar. cesarelizondov@gmail.com