Mi vida es caótica. Mi vida no tiene principio, pero sí final. Y con este “chingadazo” de vida que he tenido, no quiero, ni deseo, ni me intriga -y menos me emociona- ser eterno. Seré feliz cuando sea cadáver (espero). Me llama mucho eso de no sentir, no ir al baño, no comer, no escuchar, no hablar… la nada. Así de sencillo. Espero que Dios cumpla sus promesas. Al menos es lo que Él mandó dictar a sus amanuenses: es aquello de “el muerto nada sabe, nada piensa, nada siente” (Eclesiastés 9:5).
En fin, digo que mi vida es caótica por lo siguiente: en estos días releo al maestro Juan José Arreola. Y lo tengo que releer porque necesito una cita de sus textos para un trabajo, un escrito que tengo en preparación y pues, la verdad, no recuerdo en qué libro está. Y como mi vida es enredada y no quiero y nunca voy a consultar Internet, pues estoy releyendo todo Arreola, hasta encontrar la cita. Sus libros son perfectos: “La feria”, “Confabulario”, “Bestiario”, “Varia invención” y “Palíndroma” .
Al momento de redactar la presente columna, pues no, no he hallado la cita que necesito, pero me he encontrado con diversas aristas gastronómicas del súper maestro Juan José Arreola. Van a vuela pluma, luego las comentaremos. Disfrute usted, señor lector… o padézcalo.
“Hoy por la mañana, en tanto que las yuntas daban la primera vuelta, el bueyero procedió a hacer la lumbre y yo me quedé a almorzar con los mozos. Ya hechas las brasas, cada quien saca de su morral un tambache de tortillas. El mayordomo manda: ‘a tender, muchachos’. Todos se apresuran a echarlas sobre el fuego. Algunas tortillas las llevan apareadas, esto es, cara con cara y con frijoles adentro, de esos negros que a ellos les gustan tanto…”
¿Lo nota, señor lector? Son lo que hoy se conoce aquí en el norte como “empalmes”. Pero nada es nuevo, nos dice el maestro Arreola: tortillas “apareadas”. Y él lo escribió en 1963; en fin, mucho por explorar. Sigamos con una cita más.
“Don Cuco llenó otra vez las copas con un gesto de resolución, y vació la suya de un golpe. La cara se le puso brillante de sudor y los ojos se le llenaron de lágrimas, como si la plenitud de su cuerpo no pudiera soportar ya el exceso de una copa y el tequila se le derramara por todos los poros”. Pues sí, el tequila es nuestra medida de vida, de alma y de eternidad. Claro, incluyendo la muerte, la siempre bienhechora parca. Una más:
“Es la hora de comer y la cuadrilla está alrededor de las brasas, calentando el almuerzo. Quién echa a la lumbre un tasajo de cecina y quién un pedazo de pepena, para alegrar las tortillas. Comen despacio a la sombra de un tacamo, mientras los bueyes van al aguaje y sestean”. Luego se lee: “deme un cuarto de pepena, pero de aquí… No, mejor de aquí, que está la tripa más gorda. A ver, déjeme ver… De aquí…”
¿Para usted, señor lector, qué es la “pepena”?, ¿buscar “algo”, recoger “algo” o es cosa tangible como un comestible, un pedazo de res? Juan José Arreola, maestro inconmensurable.