Poco se festeja al héroe de la casa y a veces poco se le entiende. Ser papá no es nada fácil. Cuando somos jóvenes y nos queremos comer el mundo, si algo nos va a perjudicar, nos frena una voz fuerte y contundente. El joven se frustra y no entiende que un padre lo hace por su bien. Muchos se van de la casa y otros, dentro de ella, se distancian. “Mi papá es un ogro, no me deja hacer nada, no me entiende”.
Hay una fábula hermosa de un niño que está jugando con un cuchillo y llega el papá y se lo quita. El niño comienza a llorar y piensa que su papá es malo por haberle quitado su “juguete”. El niño no comprende la magnitud del peligro y que su papá lo está salvando.
¿Cuántas veces papá tuvo que ponerse en el papel de “malo” por amor? Pero ahora que somos adultos entendemos el amor tan grande y el dolor de corazón que un padre sentía al negarle algo a sus hijos, así como el sacrificio de despertarse temprano para ir a trabajar, aunque hayan pasado la noche en vela cuidando de nosotros o trabajando un turno extra, para que no nos falte nada, o quedarse en un trabajo que no les gusta y repetir esto todos los días. Porque no hay opción de renunciar, ni tirar la toalla.
Ellos, a lo mejor, pudieran estar navegando por el mundo, pero eligieron sacrificar sus sueños y su tiempo para dárnoslo a nosotros. ¿Existe amor más grande que ese?
Un papá es un puerto seguro al que puedes llegar cuando estás cansado, agobiado, irritado, confundido, y te anclas ahí para escuchar sus consejos. Su sabiduría y voz serena te reconfortan el alma y te impulsan nuevamente a seguir adelante.
Cuando nace un bebé, no hay un manual ni una guía que te diga qué hacer ni cómo. Por eso hoy, quiero decirles a todos los papás y en especial al mío, que sé y entiendo que hicieron lo mejor que pudieron con las herramientas y conocimientos que tenían en ese momento. Que amo, aprecio y valoro el sacrificio tan grande que día con día hacen para agradarnos y darnos la mejor vida. Que ustedes nos enseñan con su ejemplo y su actuar, no necesitan hablar; los vemos y cada acción se queda guardada en nuestro corazón.
Saben, a mí me pasa algo muy curioso con mi papá. Las veces que he estado fuera de México lo extraño tanto que cuando hablamos por teléfono me pongo a llorar solo de escuchar su voz. Esa es la conexión tan grande que tiene un padre con un hijo. No necesita decirme nada, más que “hola” y su voz llega directo a mi corazón y se estremece. Con solo verme él ya sabe qué tengo y sin pedirle ayuda él ya tiene mi remedio.
Cuando yo era pequeña y tenía una tarea, le pedía ayuda a mi papá y él me decía: “No te voy a hacer la tarea, búscalo tú”. Me costaba trabajo entender por qué no me ayudaba, si él sabía la respuesta. Hoy le agradezco, porque eso forjó carácter en mí y me hizo independiente. No me dio el pescado, me enseñó a pescarlo. Mi papá jamás se perdió un partido de fútbol (aun con su agenda apretada) y me daba más indicaciones que mi coach. Ahora, cada vez que triunfo busco a mi papá, porque es con él con quien quiero compartir y escuchar lo que tiene que decir.
Normalmente, las flores se las lleva mamá (muy merecidas), pero también hay que voltear a ver a papá y ver que es un hombre fuerte, con carácter y resiliencia, muchas veces no por gusto, sino por amor a nosotros.
El amor incondicional tiene un nombre y se llama PAPÁ.
P.D. Admiración y respeto para los papás que son papás no de sangre, pero sí por amor.
P.D.2. Papi, este es el primer artículo que no lees antes de publicarlo, porque te lo dedico a ti. Te amo.