El lunes 26 de agosto, en mi programa de radio “Hablemos claro”, nos adentramos en una conversación que va más allá de los muros de un museo. Nos sumergimos en la mente de un hombre cuya visión y pasión han dejado una huella indeleble en San Pedro y más allá.
Mauricio Fernández Garza es mucho más que un empresario, político y coleccionista; es un pensador audaz, un innovador cultural y un ser humano que, a lo largo de su vida, ha abrazado la autenticidad como un valor fundamental. Es un testimonio de cómo la pasión y la visión pueden entrelazarse para crear algo verdaderamente único. El Museo La Milarca no es solo un espacio físico, es un reflejo de su espíritu indomable, un lugar donde convergen el arte, la historia, la pasión y la innovación.
Representa la culminación de un sueño personal que se convierte en un regalo para la comunidad, una invitación a ver el mundo desde una perspectiva diferente, a cuestionar, a dialogar, a crecer. Es más que un simple edificio que alberga arte y cultura, es un testimonio vivo del poder de compartir lo que amamos. Mientras muchos coleccionistas optan por guardar sus tesoros en la privacidad de sus hogares, protegiéndolos de las miradas curiosas y el juicio del mundo, Mauricio rompe con esta tradición. Este museo no es solo una colección de objetos preciosos, es un legado familiar puesto al alcance de todos, un regalo que nos invita a explorar, aprender y conectar con la esencia de lo que significa coleccionar con propósito.
La Milarca es, en sí misma, una narrativa de generosidad y visión. En lugar de encerrarse en la exclusividad, Mauricio Fernández Garza decidió abrir las puertas de su mundo interior, permitiendo que el público participe en un viaje personal y colectivo a través de cincuenta años de coleccionar arte e historia. Es un testimonio de lo que significa atesorar algo no solo por su rareza o belleza, sino por el significado profundo que tiene para quien lo colecciona.
Con una exhibición que cruza fronteras y conecta culturas, La Milarca ha capturado la atención de los amantes del arte en todo el mundo y ha establecido un nuevo estándar para lo que un museo puede ser: un lugar donde se celebra la diferencia, se inspira a la curiosidad y se comparte la belleza en todas sus formas. Es este espíritu el que lo ha hecho no solo un museo de renombre, sino un verdadero tesoro en el escenario global. Al caminar por sus pasillos, somos parte de un diálogo continuo entre el pasado y el presente, entre el coleccionista y el espectador, entre la obra de arte y quienes la contemplan.
La Milarca es un testimonio de lo que sucede cuando alguien decide que su pasión no es algo para esconder, sino para compartir.
¡Gracias, tío Mau!
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