Imagino que nadie escucha hoy a ese genio mexicano llamado Cri-Cri. Creo que se llamaba Francisco Gabilondo Soler. Lo cito de memoria. Espero no equivocarme. ¿Quién escucha hoy las canciones y cuentos de Cri-Cri? No lo sé, la verdad. Pero a mí, en lo particular y cuando era niño, pues no, no me gustaban del todo. Creo que ya adulto fue cuando le empecé a agarrar gusto a sus espléndidas composiciones y versos. Pero ahora y ya en mi vejez, es una delicia sentarme a escuchar sus cantos. En ocasiones, son verdaderas orquestaciones de conservatorio. En otras canciones, si usted se pone exigente y hace caso a eso de denunciar la no equidad de género o de decir no al racismo, no al sexismo, no a los piropos de un varón hacia una fémina y demás cosas ya harto penadas, pues sí, si usted escucha atentamente, varias de las canciones del genial Cri-Cri serían prohibidas y este sería llevado directo a juicio y, luego, a la cárcel. Así han cambiado las cosas en su epidermis en México; no en la dermis o fondo de la cuestión.
Hoy no me voy a detener a explorar lo anterior, lo voy hacer en varias columnas semanales, pero sirva para contextualizar lo siguiente: el genial Cri-Cri tiene una cancioncilla donde un borreguito está enfermito, a lo cual la recomendación del doctor, que es “un sabio y buen señor”, es inmediatamente… “que le den aceite de ricino / de ricino ¡mmm!” Así recitan los versos textuales de la canción. Y si usted es tan viejo como yo, señor lector (tengo bien vividos mis primeros y últimos 59 años), usted recordará que cualquier señora de aquella época (madres, tías, abuelas, vecinas, comadres) tenían en su alacena un frasco con aceite de ricino, el cual a uno le daban a beber para casi cualquier mal. Pues sí, como al pobre borreguito del cuento de Cri-Cri y su buena tonada infantil. Y da la casualidad lo siguiente: voy leyendo que la planta de ricino alberga en su semilla, en su germen, uno de los más potentes y discretos venenos jamás creados por el hombre. Puf.
Es decir, el famoso aceite de ricino es un veneno de otra galaxia, el cual puede matar fulminantemente. ¿Lo sabían nuestras abuelas y madres?, ¿a cuánto humano no envenenaron y dejaron más que maltrechos en su cama, por error al ministrarles, de cucharada en cucharada, de a poco a poco, este aceite/veneno demoledor? Voy por partes en este embrollo culinario, que más parece tener que ver con una novela de John Le Carré o Ian Fleming. Esta planta (Ricinus communis) crece a pasto en lugares secos y muy cálidos (como en Saltillo y sus alrededores).
Salga usted a caminar e inmediatamente la localizará en lugares de la planicie. Se da porque se da, así de sencillo. Ya luego de las semillas se obtiene el tan famoso aceite, el cual se utiliza en la industria de los plásticos, lacas, cosméticos, etc. Con una buena dosis ingerida, el aceite produce vómitos, cólicos y diarreas. Pero también, concentrado, ultra concentrado, provoca la muerte. Y lo anterior (y no es ficción) lo acaba de documentar en un texto de análisis el diario ibérico “El País”, cuando ha argumentado algunas muertes “extrañas” de ciertos exespías rusos o periodistas de investigación, lejanos y críticos del control soviético, quienes vivían en Londres, Inglaterra.
Hace algunos meses documentaron el último caso (murió Dawn Sturgess, de 44 años, con su pareja) por exposición a una sustancia o agente nervioso llamado “Novichok”. Pero, también en Londres, murió de un pinchazo en una pierna, por un tipo que hacía fila atrás de él y lo golpeó “accidentalmente” con un paraguas, el periodista Georgi Markov. Cuando este llegó a su casa luego del episodio, se empezó a sentir mal. A los tres días murió. Fue en 1978. ¿Diagnóstico? Envenenado por aceite de ricino.