Amanece, el día se derrama. A cualquier hora, cualquier tiempo es bueno para disponer nuestros sentidos, todos, al viejo placer de una mesa bien puesta y radiante. Desde el aromático y amargo café de la media mañana, hasta ese pescado o salmón escanciado en finas hierbas de la comida (almuerzo, le dicen los argentinos e ibéricos), o, mejor, ese revitalizante té del atardecer, cuando el sol se dispone a morir en su ocaso, al cual añadimos tres generosos dedos de ron blanco y una rodaja de limón. Todo es un buen motivo para saborear la vida. ¿Pandemia letal? Déjela usted de lado y disfrute su vida, señor lector. El estar vivos. Por lo cual pensamos, reflexionamos, meditamos, existimos, comemos, disfrutamos.
Octavio Paz, ese Nobel mexicano alto, garboso y eterno hasta hoy, decía que los hombres “… son la espuma de la tierra,/ la flor del llanto, el fruto de la sangre,/ el pan de la palabra, el vino de los cantos,/ la sal de la alegría, la almendra del silencio”. Lo anterior en uno de sus poemas épicos y señeros arracimados en “Bajo tu clara sombra”. Note usted la definición de un hombre, lo que somos o de lo que estamos forjados: vino, sal, pan, frutos, almendras… ¿Podemos definir todo lo que nos rodea a través de lo que comemos? Absolutamente sí.
Para los poetas nada es imposible. Menos para ese poeta, también Nobel, y del que sabemos de memoria algunos de sus versos: Pablo Neruda. En un texto titulado “El ciervo sonríe”, el chileno universal no se anda por las ramas de la bisutería y define a la bella Iglesia de Tabán (en Hungría) como una “fruta amarilla,/ es una dulce pera de oro.” El texto completo reza a la letra:
Aquí están las colinas con tanto follaje
Que el falso castillo de cabeza calva
No tiene perdón: no le crece una hoja
En el tejado. Pero
La Iglesia de Tabán es una fruta amarilla,
Es una dulce pera de oro,
Es un pequeño y largo pan ofrecido a los dioses.
Somos lo que comemos. Dice la Biblia que somos polvo, y al polvo y tierra vamos a regresar ya muertos. Pero ese mismo polvo va a renacer una y otra vez, en el ciclo misterioso y maravilloso de la creación. Sin duda, todos vamos a morir; pero hay ocasiones, como los motivos de la guerra, en los que la tierra tal vez no pide, sino que exige a sus hijos de regreso, más rápido que nunca. Fue el caso de la dictadura y guerra civil en España, arista abordada por Octavio Paz en un poema, “Oda a España”, donde nos retrata, de nuevo en veta gastronómica, a nosotros los humanos, los hombres: “Los duros hechos de la guerra,/ el aire que respiran sus soldados, la tierra que los pide/ y los devuelve en flores, rocas,/ en olivares, frutos, agua suelta;/ la luz que los señala…”
Esto y no otra cosa somos, señor lector: semilla, agua, olivares, flores, espigas, lechugas, manzanos, el bello árbol de la nuez, un naranjo…