ANA MARÍA DE LA FUENTE Y EL VIAJE DE SU VIDA | Saltillo360

ANA MARÍA DE LA FUENTE Y EL VIAJE DE SU VIDA

FOTOS: LUIS MELÉNDEZ, NICOLAS MONNOT (@NICOINTHEBUS) Y ANA MARÍA DE LA FUENTE

Ana María de la Fuente Amarante es multifacética: su labor profesional en la industria automotriz la llevó a China; estudió en la prestigiosa institución Le Cordon Bleu, donde se especializó en repostería, y ha hecho senderismo en destinos increíbles, como el círculo polar ártico y las praderas de Mongolia. Su historia es un recorrido imperdible por el mundo y un testimonio de superación, de afrontar los retos con una actitud positiva y aprovechar cada oportunidad.

¿En qué año te fuiste de Saltillo? 

Dejé Saltillo en 2003. Me fui a Londres el mismo día en que comenzó la guerra de Irak. La situación mundial complicaba las cosas, pero mi idea era volver en un año, tras estudiar en Inglaterra

Regresé a mediados del 2004 y, unos meses más tarde, el Tec de Monterrey me ofreció ir a París, para manejar los intercambios de estudiantes. Eso fue un poco más difícil para mis papás, quienes presintieron que me iba a quedar a vivir allá. Pero en ese momento, para mí fue una súper oportunidad que simplemente no podía dejar pasar.

¿Cómo llegas a China?

Después de trabajar en la oficina del Tec, hice una maestría en la Sorbona de París, en Relaciones entre América Latina y Europa. Posterior a esto, en el 2008, me incorporo a la industria automotriz, en el área comercial del corporativo de Renault.

La oportunidad de irme surgió cuando Renault necesitó a alguien que facilitara la comunicación entre la planta de Wuhan, en China, y el equipo de ingeniería en Francia. Mi experiencia en manejar conexiones transversales con diversos actores fue crucial para que me ofrecieran el puesto. El objetivo era mejorar la resolución de problemas de calidad y representar a la empresa ante proveedores y servicios en diferentes partes de China, y con la fábrica en Busan, Corea del sur.

Al proponerme esa oportunidad, no podía dejarla pasar. Tenía un poco de miedo, pero por encima de eso sentía una gran atracción por ese nuevo reto. Un país del que yo tenía ciertos prejuicios -erróneos muchos de ellos- y que al final me pareció una experiencia extraordinaria en todos los sentidos. 

¿Qué fue lo más complicado y lo mejor de vivir en el extranjero?

En Inglaterra, me encantó el ambiente, conocer la cultura, algunos lugares; además de divertirme con mis amigas.

En Francia, lo más complicado fue llegar sola, sin saber el idioma, y adaptarme a espacios reducidos. Lo mejor -y que sigo admirando cada día de ese país- es el idioma francés, conocimiento que abre puertas para entender las sutilezas de la cultura del país. El conocer gente muy diferente a mí y, claro, haber conocido a mi esposo, Nicolas Monnot, originario de Lyon, Francia.

En China, entender una forma de pensar y de trabajar totalmente distinta a la manera de occidente. Fue un reto y al final también una gran satisfacción. Lo mejor fue el dinamismo que tienen las grandes ciudades chinas, así como la rica y milenaria cultura que, aunque haya vivido allá y leído muchos libros al respecto, nunca se acaba de comprender y de conocer.

El establecer relaciones estrechas de amistad con personas de origen francés y mexicano que coincidimos -por distintas razones profesionales- en aquel país. Compartir la experiencia de vivir en China nos unió en una linda amistad que, aunque ya cada quien estemos en diferentes lugares del mundo, seguimos manteniendo.

Además de conocer en detalle diferentes y muy variadas partes de ese gran país. También el estar cerca de esa cultura tan diferente, intentar adaptarme a la forma de transportarse, hablar e interactuar en el día a día con los chinos, y mantener ciertas costumbres, como tomar agua caliente o no entrar con zapatos de exterior a mi casa.

¿Viviste choques culturales en el extranjero?

Sí, en Francia en un principio. Pero no fueron choques, simplemente tenía que observar y adaptarme a ciertos protocolos en familia, en reuniones entre amigos y en el trabajo. 

En China, hay una verdadera diferencia en los métodos de trabajo, en la manera de pensar cuando se quiere solucionar un problema. Un “sí” no es una confirmación definitiva, sino una manera de continuar negociando. Choques culturales hubo muchos, desde ir a los mercados y desconocer los productos alimenticios, hasta cosas como que se falta al respeto si no se da o se recibe algo, como las tarjetas de presentación, con las dos manos. Aparte existen formalidades y protocolos en la manera de hacer negocios, los cuales son muy importantes para tener éxito y obtener los resultados deseados en la negociación.

¿Cuál ha sido tu mayor aprendizaje y tu mayor satisfacción de tu trabajo en la industria automotriz? 

Mi mayor aprendizaje ha sido que no existe una única verdad o método para alcanzar objetivos; adaptarse y ser flexible es crucial, con el único imperativo de mantener siempre claro el objetivo final.

Lo más gratificante ha sido orquestar eventos donde participan diversas personas, tanto de diferentes sectores de una misma empresa, como de varios países y culturas. Lograr transmitir la motivación para trabajar hacia un mismo objetivo y al final celebrar juntos los éxitos alcanzados, como lo fue en la Feria Mundial del Automóvil, que tiene lugar cada dos años en París. Eventos de clientes en los que diferentes direcciones de la empresa estaban invitadas a participar, solución de problemas entre dos culturas tan diferentes como la ingeniería en Francia, la planta en Wuhan y el equipo administrativo en Beijing, China.

¿Cómo te empezaste a interesar por la cocina?

Mi interés comenzó desde chiquita, gracias a mi mamá, quien me enseñó a cocinar. Siempre fue un momento especial que compartíamos juntas.

¿Cómo decides irte a estudiar a Le Cordon Bleu?

Cuando a mi esposo lo promovieron dentro de su trabajo en Stellantis, nos mudamos de Beijing a Shanghái. Ahí aproveché para pausar mi contrato en la industria automotriz. Siempre fue mi deseo estudiar en Le Cordon Bleu y finalmente se presentó la ocasión perfecta.

¿Por qué decidiste especializarte en repostería?

Por tres razones principales:

1.- La atención meticulosa al detalle.

2.- La relación de la repostería con los momentos felices de la vida, compartidos con familia y amigos.

3.- La amplia oportunidad para la creatividad, que me permite incorporar productos locales y naturales para adaptarme a las nuevas tendencias de consumo.

Durante los años que te dedicaste por completo a la repostería, ¿dónde y con quiénes trabajaste? 

Comencé como asistente, rápidamente ascendí a chef de equipo y posteriormente a profesora.

* Trabajé en el desarrollo de productos con el chef Yann Couvreur, en París.

* También en dos de los 11 Palace (hoteles de lujo) de París: en el Lutecia y después en el Hotel de Crillon -ubicado en la Plaza de la Concordia-, donde formé parte de la organización de la apertura del restaurante del chef Paul Pairet, llamado Nonos.

* Estuve como consultora de la marca COPAINS Paris, una panadería-pastelería de lujo que se especializa en productos sin gluten, veganos o sin lactosa. Los postres que actualmente venden los desarrollé.

* Luego pasé unas pruebas en la Escuela Lenôtre, para dar cursos de repostería francesa.

¿Qué fue lo mejor de esas experiencias?

La experiencia más enriquecedora y satisfactoria fue adentrarme en el mundo de la hotelería de lujo, aprendiendo la importancia de cada detalle y el rigor para dar al cliente el mejor servicio.

Una satisfacción es que actualmente soy convocada como miembro del jurado durante los exámenes de gastronomía de los alumnos de Le Cordon Bleu y de la escuela Lenôtre, requisito indispensable para graduarse.

Y lo mejor fue ver que soy capaz de integrarme y sobresalir en un sector TAN diferente (y particularmente competitivo en Francia) y que llegué a evolucionar en los lugares más prestigiosos de París, siempre sabiendo que es una profesión donde nunca se deja de aprender.

¿Qué deportes practicas?

Practico senderismo, ciclismo, esquí, yoga y pilates. Cada uno me aporta diferentes beneficios y me permite disfrutar de la naturaleza y mantener un equilibrio físico y mental.

No estoy de lleno en un solo deporte, sino que varío según la temporada, el lugar donde estoy y el tiempo con el que dispongo. Lo importante es hacer deporte diariamente, donde quiera que esté. Tengo mis favoritos: el senderismo, por ejemplo, lo hacemos lo más posible durante el verano, y es la razón por la cual decidimos pasar una buena parte de nuestro tiempo en los Alpes, cerca de Ginebra, y explorar esos lugares hermosos disfrutando de la vista del Mont Blanc.

En cuanto al esquí, me gusta mucho, aunque no lo hago muy bien. Pero mi objetivo no es ser experta, ni ir lo más rápido posible, sino saber adaptarme a todo tipo de nieve para que la próxima temporada, o dentro de dos, pueda hacer esquí de travesía, es decir, subir con los esquís -en la espalda o puestos- para bajar esquiando. 

Por lo pronto, no tengo el nivel para hacerlo en los Alpes; lo hice en Spitzberg, en el círculo polar, durante siete días, y me encantó. Era relativamente sencillo porque no había mucho desnivel, lo difícil en ese viaje fue manejar los fríos de -25° C, aprender a preparar la carpa en esas temperaturas y pasar la noche en ella. Algo muy importante que aprendí y que nunca me hubiera imaginado es que existe una manera de hacer una “trampa de frío”, la cual ayuda a evitar que las corrientes de aire helado penetren en la carpa.

Fue extraordinaria la solidaridad entre los seis integrantes del equipo, quienes debíamos turnarnos las guardias nocturnas por el peligro que representa la población de osos polares en esa región. Todo eso bajo la instrucción de un guía profesional.

¿Cómo ha sido hacer senderismo alrededor del mundo?

Muy enriquecedor, aunque a veces incómodo, porque nos vamos a explorar fuera de los circuitos turísticos habituales y eso implica adaptarse a las condiciones y estilos de vida de donde lleguemos; a veces es por el tipo de comida, por la incomodidad de los cuartos o dormitorios, por la higiene de los lugares o por las bajas temperaturas y la altitud.

Como cuando fuimos a Ladakh, en el norte de India. Uno de los lugares donde nos quedamos antes de iniciar el ascenso fue el monasterio Lamayuru. Los cuartos eran austeros y con pequeñas puertitas de madera, en un lugar de piedra antiguo por donde las corrientes de aire se colaban por todos lados, haciendo ruidos que me disuadían de moverme del colchón donde dormíamos. Muy temprano en la madrugada preparaban el “desayuno”, que era como un atole de sabor neutro y algunas nueces de la india. Me pareció poco, pero pronto me di cuenta de que daba la energía necesaria para comenzar el día de caminata a esa altitud. En esa ocasión, ascendimos hasta 5200 msnm.

Posteriormente, cuando visitamos Nueva Zelanda, realizamos el Milford Track. Más allá de los hermosos paisajes, fue una caminata que nos dejó una linda relación de amistad con quienes compartimos el recorrido. Participamos aproximadamente 20 personas, originarios de diferentes partes del mundo. Durante el trayecto tuvimos un percance y creo que fue lo que nos unió: llovía mucho entre la primera y la segunda etapa y el agua empezó a bajar, pero con grandes piedras que nos impedían atravesar esas zonas. El día pasaba, la temperatura bajaba y la lluvia estaba cada vez más fuerte. Todos nos protegíamos unos a otros con nuestros impermeables, hasta que fuimos rescatados por un helicóptero, que nos fue llevando de poquitos a poquitos al siguiente refugio. De no haber sido así, hubiesen estado en riesgo nuestras vidas.

Otro momento fue cuando nos quedamos en el campo base del Everest, del lado perteneciente a China. Una noche difícil, ya que por la altitud, y en consecuencia por la falta de oxígeno, nos era difícil respirar.

En general, en el senderismo disfrutamos de vistas impresionantes, que elegimos en función del paisaje o de la población que queremos conocer. Mi esposo Nicolas, aficionado desde hace muchos años a la fotografía de paisajes y urbana, es quien propone los destinos y los momentos adecuados para visitar cada lugar; por ejemplo, las auroras boreales en las Islas Lofoten, en Noruega. En Kirguistán sabíamos que hay montañas impresionantes. En China, fuimos a ver a unas comunidades en la zona de Guizhou. En Mongolia, caminamos por las grandes praderas y la población nómada nos recibió en sus yurtas, acogiéndonos con sus costumbres, como la de recibir a un visitante extranjero con un tazón de leche de yegua.

¿Cuál es el viaje más especial que has tenido?

Cada uno ha sido especial, pero si tengo que escoger definitivamente serían:

* Spitzberg, en el círculo polar; por el reto físico que representó estar siete días en el frío, por los hermosos paisajes blancos, por tener que hacer guardias nocturnas para vigilar que no llegaran osos polares, porque aprendí que mi cuerpo supo adaptarse y que la mente es muy poderosa.

* Los Himalayas, tanto del lado hindú cuando fui a Ladakh, como del lado Chino cuando fui al Tíbet. Esos paisajes son impresionantes, me hacen sentir la inmensidad de la naturaleza.

* Kirguistán también me provocó ese sentimiento, especialmente un lugar llamado Sary-Jaz, donde simplemente nos quedamos parados admirando, sin poder decir palabra.

¿Cuál es tu destino favorito? 

El Tíbet, aunque me provoca admiración pero no paz, y las condiciones son más bien rudas. Así que volvería mientras tenga energía. 

Los Alpes, especialmente Alpe di Siusi. Es un lugar que me da mucha paz, creo que ahí volvería siempre.

¿Cómo has logrado compaginar todas tus actividades?

La organización es clave para ello. El deporte es fundamental para mi salud, por lo que siempre encuentro tiempo para practicarlo y así estar en óptimas condiciones.

Al terminar mi experiencia como chef, volví a la industria con misiones temporales, que me permiten coordinarme con las semanas de vacaciones que tiene mi esposo y continuar con los viajes.

A partir del 2023, decidimos abrir una oficina de enlace en la Unión Europea de la empresa de logística de mis hermanos. El inicio de la apertura de dicha oficina y los trámites que se llevan a cabo para ello me han permitido tener horarios flexibles para seguir enseñando y a la vez practicando la repostería, la cual disfruto actualmente como un hobby, enriquecido por mi experiencia profesional.

¿Cómo es tu vida actualmente?

Mi esposo, Nicolas Monnot, y yo nos coordinamos para estar juntos, ya sea en París o en los Alpes. Nos encontramos en constante movimiento por el trabajo. Él está en el sector automotriz; por mi parte, estoy con la apertura de la oficina antes mencionada y participo en ferias de autos o de logística.

En cuanto al deporte, durante el invierno nuestra actividad deportiva y recreativa es esquiar en los Alpes franceses, y en verano iniciamos la temporada de senderismo y bicicleta.

Aprovecho para venir a Saltillo a visitar a mi familia y amistades. 

Todas las actividades personales y profesionales me dan la satisfacción de vivir feliz y en armonía, pero a la vez en dinamismo, para mantenerme actualizada y activa en los diferentes ámbitos.

¿Qué consejo le darías a los jóvenes sobre su preparación y el expandir sus horizontes?

Mi consejo para los jóvenes de Saltillo, y en general, es que aprovechen cada oportunidad para aprender y salir de su zona de confort. La educación es la base, pero la experiencia real se obtiene al enfrentar nuevos desafíos y conocer nuevos y diferentes entornos. Que no les dé miedo tomar rutas menos convencionales o explorar culturas distintas, ya sea a través del estudio, trabajo o viajes, siempre tratando de respetar al mundo y a la naturaleza. Cada experiencia es una lección valiosa y una oportunidad para crecer.

Que mantengan siempre una mentalidad abierta y adaptable; el mundo está en constante cambio y ser flexibles nos permite navegar mejor por él.

Por último, nunca olviden sus raíces y la riqueza de su propia cultura, y que los saltillenses también tenemos mucho que enseñar y compartir con el resto del mundo.

¿Cuáles son tus planes a futuro?

Me gusta estar en constante movimiento, hacer relaciones, conocer gente y lugares, buscar oportunidades y aprovecharlas cuando se presentan. Así que planeo seguir por esta línea, donde la variedad es la constante.

Continuar con los proyectos de negocios, haciendo conexiones entre México y la Unión Europea. Crecer y, poco a poco, dedicarle más tiempo.

En mis tiempos libres, quiero seguir enseñando el arte de la repostería francesa y continuar aprendiendo nuevas técnicas y tendencias, por medio de lecturas, investigación y desarrollo.

Seguir viajando con mi esposo, buscando rutas de senderismo y otras actividades deportivas, y tener encuentros con diferentes comunidades que enriquezcan el intercambio cultural.

Lo que más extrañas de Saltillo: extraño mi ciudad… a mi familia y amigos. Saltillo siempre será mi hogar, sin importar dónde me encuentre.

Qué le agradeces a Saltillo: todo; es el lugar que me formó y me proporcionó las herramientas necesarias para enfrentar el mundo. Siempre me recibe con los brazos abiertos y me enorgullece compartir nuestras tradiciones y cultura cuando estoy lejos.

Restaurante y/o lugar que visitas siempre que vuelves a Saltillo: en Saltillo se encuentran muchos y muy variados restaurantes, y la verdad disfruto visitar cada uno de ellos y su gastronomía, cada uno con su estilo. La sierra de Arteaga es un lugar que siempre me ha cautivado, y cada vez que vengo -y hay oportunidad- la visito.

Carolina García

Nació en Saltillo, Coahuila en 1995. Ama la lectura y narrar historias. Es licenciada en comunicación por la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Coahuila. Participó en las antologías de cuento: “Imaginaria” (2015), “Los nombres del mundo: Nuevos narradores saltillenses” (2016) y “Mínima: Antología de microficción” (2018).