POR: QUETZALI GARCÍA
Señorita, no puede salir del país. El mundo se me vino abajo en la Ciudad de México, estaba a punto de abordar un vuelo con destino a Madrid y resulta y resalta que mi pasaporte era inválido, aunque estuviera vigente. Según las leyes migratorias, solo podía salir de México con un pasaporte que tuviera al menos 90 días de vigencia. Quedé, porque el mío vencía en 30.
La chica de la aerolínea se apiadó de mí y me dijo que en la Secretaría de Relaciones Exteriores podía renovar mi pasaporte de manera rápida. Confié en ella y salí apresurada. Tanto que dejé mi maleta de mano en la sala 22. Fue horrible.
Después de mucho preguntar, di con la Secretaría que expedía los pasaportes solo para encontrar un letrero pequeño que decía en pocas palabras que iba a perder mi vuelo, pues la oficina en cuestión estaba cerrada por remodelación. Ya ni llorar es bueno, pensé. Iba a comprar otro boleto en el aeropuerto de regreso a Monterrey y entonces reparé en que iba muy liviana.
Sí, por el shock y las prisas había perdido mi maleta. El protocolo, por si le llega a suceder (algo que no le deseo ni a mi peor enemigo) consiste en acercarse a la oficina de objetos perdidos. Lo hice y una señorita me dijo que ni rastro de mi maleta. Y que “ya no le llegarían más equipajes” porque era sábado y ese día cerraban temprano. La opción que me dio era ir a los filtros y preguntar por mi maleta.
Atravesé el aeropuerto de punta a punta y en mi trayecto me encontré de todo: desde malas caras y hartazgo hasta ángeles que se preocuparon por mi maleta y por mi vuelo. En la aerolínea me avisaron que mi equipaje documentado ya estaba en el cielo, es decir, en camino a Madrid. Tuvo más suerte que yo mi maleta, se pudo pasear más. El tema era que regresaría en un tiempo ambiguo. Así que esa preocupación la hice a un lado. En realidad no traía nada de valor documentado. Quiero decir, nada de valor si me quedaba de este lado del charco.
Cheetos, salsas, tostadas y tortillas eran lo que iba en mi maleta, para sobrevivir a un verano en Europa. Claro y toda mi ropa bonita. Creo que podré sobrevivir al verano en Saltillo con pijamas de partidos políticos o en ropa no tan “asterik”, como la que se fue de viaje.
Al seguir buscando mi maleta de mano, llegué por fin al filtro de Llegadas Internacionales. Una de las señoritas de seguridad me dijo que me acercara a una de las personas con chaleco naranja, que dijera AICM y ella, como supervisora, me podía ayudar. Entonces tuve la mejor sorpresa de la tarde, se trataba de: María Eugenia Aguilar Suárez. En cuestión de minutos y con una sonrisa resolvió mi problema. Afortunadamente recordaba la marca y color de mi equipaje.
El protocolo consiste en que un agente de la Marina Armada de México verifica que lo que digo que traigo concuerde con lo que traigo cuando la abro. Desde hace meses manejo la cuenta de un peluche llamado Chipotle de Pinta y me salvó la vida.
—¿Qué trae en su maleta?
—El peluche de un gato naranja. Lo primero que salió fue su colita cuando la abrí y gracias a mi Chipotle me dejaron ir con mi maleta.