Lo siguiente, aunque no es precisamente afrodisíaco, ni erótico (de hecho es lo contrario, anticlimático), sí es harto interesante. Tanto en materia literaria como historia o leyenda. Aventura, pues. Hay un cuento/aventura de Washington Irving, se llama “Rip van Winkle”, en el cual el protagonista, homónimo, al beber un licor de una barrica (nunca se dice exactamente qué licor), que le ofrecen unos personajes extraños (¿duendes, fantasmas, hadas, hados?) en lo alto de una montaña (todo lo religioso o mágico sucede en las montañas), es encantado, hechizado.
Dice el catedrático de la Universidad Complutense, Rafael Navarro, de un viejo tronco europeo el cual, a la vez, nosotros arrastramos. Es nuestra historia. Hundimos nuestras raíces y semillas en tres colinas, tres montes, tres cerros simbólicos: la colina de la Acrópolis; la colina, el cerro del Capitolio, y el monte de la pasión, el Monte Calavera, el Calvario… el Gólgota, donde el hombre más importante de todos los tiempos, Jesucristo, exhaló e hirió al silencio con sus últimas palabras, las cuales rasguñan el alma, aquel reclamo a Dios por haberlo abandonado. Ah.
Pues bien, nuestro personaje, en voz del gran Irving, luego de beber lo ofrecido, se queda dormido (pedo, pues)… por 20 años. Para él fue una noche. En realidad, y para el mundo real, fueron 20 años en los cuales envejeció. ¿Qué pócima bebió, qué licor le dieron? Leamos a vuela pluma algunos fragmentos: “(Rip) Obedeció atemorizado e hizo señas al resto (¿los duendes?) para que esperaran. Él obedeció atemorizado y tembloroso; luego se bebieron de un trago el licor en el más absoluto silencio y regresaron al juego”.
“Era por naturaleza un alma sedienta y pronto sintió la tentación del segundo trago. Cada trago lo fue llevando a otro, y sus visitas a las jarras fueron tantas, que al final sus sentidos se le embotaron…” Cuando despertó Rip van Winkle, se enfiló a su casa y aldea. Pero había envejecido 20 años.
Y, claro, usted recuerda este tema, hacia adelante y hacia atrás en el tiempo: es “El extraño caso de Benjamín Button”, de mi amado Francis Scott Fitzgerald. De la vejez a la infancia. Cuento hoy harto famoso por haber sido llevado a la pantalla por el hígado de Brad Pitt, tipo el cual todo lo pudre. El otro texto clásico es “El retrato de Dorian Gray”, de otro de mis amados autores, don Oscar Wilde. Cuadro entre diabólico y bendito, donde el tiempo pasa cantando. En fin, es tema dilatado, azaroso y apasionante para seguirlo. Lo bien cierto es algo: las bebidas y alimentos matan. Las bebidas y alimentos te llevan a otro estadio… entre ellos al amor y la lujuria.
El matusalénico y vetusto Dictador de un país cálido e insular de las ficciones/realidad de Gabriel García Márquez, el dictador que en “El otoño del Patriarca” solía acercar a las lolitas tropicales de un colegio vecino a su palacio florido con estratagemas culinarias hoy impensables para los puritanos de imaginación. Lea: eran ninfetas de “uniforme azul de cuello marinero y una sola trenza en la espalda… nos llamaba, veíamos sus ojos trémulos, la mano con el guante de dedos rotos que trataba de cautivarnos con el cascabel de caramelo… me esperaba sentado en el heno con una bolsa de cosas de comer, enjugaba con pan mis primeras salsas de adolescente, me metía las cosas por allá antes de comérselas, me las daba de comer, me metía los cabos de espárragos marinados con la salmuera de mis humores íntimos, sabrosa, me decía, sabes a puerto, soñaba con comerse mis riñones en sus propios caldos amoniacales…”
¡Esto es la vida, y en voz de un Nobel!