De tantas notas que tengo a la mano y señaladas en libros, y no pocas transcritas en mis libretas y cuadernos de apuntes, lo siguiente sería un capítulo de un libro completo de gastronomía, el cual, para mi desgracia, jamás termino. Es decir, rastrear y glosar los brebajes, pócimas, elíxires, venenos, comidas, alimentos y yerbas que matan; en fin, todo tipo de potajes que en la vida real y en la literatura (los extremos se tocan y pueden ser lo mismo) han aparecido en letra redonda.
Por cierto, la nómina va creciendo conforme mis lecturas avanzan. Es decir, esto de los venenos en comidas y brebajes va aumentando y varía según el clima, región, país, estado; varía de acuerdo a los autores y los textos y la propuesta de cada uno de ellos. En fin, es asunto de un capítulo, sino es que de un libro completo, el tema apasionante en que se ha tornado esto. De entrada, le presento algo de lo cual hablé hace unas lunas en este espacio.
Lo siguiente es harto interesante, tanto en materia literaria como en historia o leyenda. Aventura, pues. Hay un cuento/aventura de Washington Irving, se llama “Rip van Winkle”, en el cual el protagonista, homónimo, al beber un licor de una barrica (nunca se dice exactamente qué licor), que le ofrecen unos personajes extraños (¿duendes, fantasmas, hadas, hados?) en lo alto de una montaña (todo lo religioso o mágico sucede en las montañas), es encantado, hechizado.
Dice el catedrático de la Universidad Complutense, Rafael Navarro, de un viejo tronco europeo el cual, a la vez, nosotros arrastramos. Es nuestra historia. Hundimos nuestras raíces y semillas en tres colinas, tres montes, tres cerros simbólicos: la colina de la Acrópolis; la colina, el cerro del Capitolio, y el monte de la pasión, el monte Calavera, el Calvario… el Gólgota, donde el hombre más importante de todos los tiempos, Jesucristo, exhaló e hirió al silencio con sus últimas palabras, las cuales rasguñan el alma, aquel reclamo a Dios por haberlo abandonado. Ah.
Pues bien, nuestro personaje, en voz del gran Irving, luego de beber el licor ofrecido, se queda dormido (pedo, pues)… por 20 años. Para él fue una noche. En realidad, y para el mundo, fueron 20 años en los cuales envejeció. ¿Qué pócima bebió, qué licor le dieron? Leamos a vuela pluma algunos fragmentos: “(Rip) Obedeció atemorizado e hizo señas al resto (¿los duendes?) para que esperaran. Él obedeció atemorizado y tembloroso; luego se bebieron de un trago el licor en el más absoluto silencio y regresaron al juego”.
“Era por naturaleza un alma sedienta y pronto sintió la tentación del segundo trago. Cada trago lo fue llevando a otro, y sus visitas a las jarras fueron tantas, que al final sus sentidos se le embotaron…” Cuando despertó Rip van Winkle, se enfiló a su casa y aldea. Pero había envejecido 20 años.
Y, claro, usted recuerda este tema, hacia adelante y hacia atrás en el tiempo: es “El extraño caso de Benjamin Button”, de mi amado Francis Scott Fitzgerald. De la vejez a la infancia. Cuento hoy harto famoso por haber sido llevado a la pantalla grande por el hígado de Brad Pitt, tipo el cual todo lo pudre. El otro texto clásico es “El retrato de Dorian Gray”, de otro de mis amados autores, don Oscar Wilde. Cuadro entre diabólico y bendito, donde el tiempo pasa cantando. En fin, es tema dilatado, azaroso y apasionante para seguirlo. Lo bien cierto es: las bebidas y alimentos matan. Las bebidas y alimentos te llevan a otro estadio…
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