Usted lo sabe, amo a Zacatecas. La ciudad me escogió como su hijo predilecto desde que conocí la ciudad, allá por las lunas de los años noventa del siglo pasado.
Voy con cierta frecuencia sólo por ir, sólo por deambular en sus calles, callejones y plazuelas y claro, visitar sus regios restaurantes. Hace poco fui apenas y contra reloj, dos días.
Se queda uno con ganas de quedarse una vida. Vagué por uno de sus callejones casi medievales (así fueron construidos, a imagen y semejanza de la España morisca) y desemboqué en una fonda, un restaurante que estaba decorado muy mexicanamente.
El mesero me insistió en que entrara. Así lo hice. No podía dejar pasar la oportunidad –una vez más–de pedir como buena comida y bastimento, el famoso asado de boda.
A lo cual acotó el mesero, “aquí sí lo preparamos como si usted estuviera en una boda zacatecana.” Lo disfruté mucho. Comida ceremonial, comida para una boda.
No cualquier evento. Y es que hay de comidas a comidas, de banquetes a banquetes y banquetes memorables que se quedan en la historia de los participantes y no pocas veces en la historia de la humanidad.
Usted y yo lo hemos explorado en este espacio de VANGUARDIA los domingos: hay comida ceremonial (banquetes de cumpleaños, bodas, bautizos. Incluso, banquetes fúnebres); hay comidas de bienvenida, de recibimiento (el padre el cual recupera a su hijo al que consideraba perdido, en el Evangelio de Lucas, y apenas lo ve en la distancia, manda aderezar mesa y vestidos y ordena matar el “becerro gordo” para hacer fiesta. Cap. XV); hay banquetes por los triunfos deportivos obtenidos, hay comidas y celebraciones de negocios; hay banquetes para enamorados (14 de febrero); banquetes por fechas especiales (10 de mayo, Navidades…).
Pero caramba, hay de banquetes a banquetes.
Hay saraos memorables que tienen como protagonistas principales al vino y toda suerte de comidas y alimentos fabulosos.
Han sido no pocas veces banquetes excéntricos, tanto por los protagonistas, sus locuras e insisto, lo que allí se disfrutó. Va un sarao memorable en la Nueva España.
Álvaro Manrique de Zúñiga fue el 7° Virrey de la Nueva España (1585-1590). Su esposa fue Blanca Enríquez de Velasco.
Cuentas las crónicas y las actas de la ciudad de México, que la señora del Virrey protagonizó un escándalo gastronómico y de diversión sin límites cuando ésta y su séquito fueron al Convento de San Francisco en el lejano “Suchimilco.”
La fiesta duró ocho días entre frailes y doncellas. Las comilonas incluyeron 300 raciones de comida y otras tantas de cena, más de cuatro pipas de vino, toda clase de aves, colaciones de confituras y “caxetas” de frutas al por mayor.
(Una “pipa” de vino es el equivalente a 259 litros de vino en la actualidad, nos lo cuenta José Luis Curiel en su libro “Virreyes y Virreinas golosos de la Nueva España”).
Fue de tanta repercusión aquella fiesta organizada por la Virreina Blanca Enríquez, que llegó el visitador Diego Romano a poner orden: embarga todos los bienes de la familia, “incluyendo la ropa blanca de la Virreina.” Esta luego, regresa a España.
EL AUTOR
Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.
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