“Hay que ver con los ojos del alma me dijo Adriana, una querida amiga, con quien una tarde me fui a tomar un café. Todo el tiempo recibimos mensajes, Gaby. Siempre están ahí, solo hay que abrir el corazón y aprender a ver con otros ojos”.
Su frase “con los ojos del alma” me ha resonado desde ese día. La escuché con la esperanza de sentir, ver o percibir una señal de Pablo. En algún rincón de mi ser, sabía que lo que me decía era verdad, mas lo había olvidado.
Si bien nunca he creído en los fenómenos paranormales o sobrenaturales, estoy segura de que existe un campo de energía y amor, así como otras dimensiones más allá de las que nuestros cinco sentidos pueden captar. Simplemente, ¿cuántas cosas bellas y milagrosas se nos escapan en la vida por no verlas?
Recordé cuando Adrián, mi hermano, se nos adelantó hace unos años. De manera asombrosa, los primeros meses después de su partida, sus familiares y amigos experimentamos eventos excepcionales relacionados con la electricidad. No había forma de negarlo. Cada miembro de la familia podía relatar una anécdota extraña o una visita en sueños. A mí, una tarde, sus fotos me aparecieron al reiniciar mi computadora; otro día, el radio de mi baño se encendió solo. La tele de su amigo se encendió a las 3:00 de la mañana. En casa de su esposa e hijos, las luces tintineaban y las descargas repentinas de luz provocaron que en distintas ocasiones se descompusieran varios electrodomésticos, por mencionar algunas. En la boda de su hijo mayor, la cual fue en un día nublado y de mucho frío, cuando los novios bailaron su primera canción, un rayo de sol los iluminó como si de una lámpara de estudio se tratara y se escondió al término del baile. ¿Son coincidencias, sincronicidades?
A Carl Jung le fascinaba la idea de que los acontecimientos de nuestras vidas no son casuales, sino que expresan una realidad subyacente en la que todos somos parte de un orden más profundo, una fuerza universal unificadora que llamó unus mundus, frase en latín para expresar “un mundo”. Todos somos rayos del mismo sol. ¿Qué tal si al abrir el corazón y la mente hacia una nueva forma de ver y comprender, podemos ver un mundo más amplio, profundo y bello?
Decidí, desde entonces, tratar de ver con otra mirada. Hace unos días, viajé sola y, al subirme al Uber, escuché en la radio la canción que Pablo y yo hicimos nuestra desde que éramos novios: “Going Out of my Head”. Sentí que él me acompañaba. Cada vez que la escuchábamos nos tomábamos de la mano, intercambiábamos miradas o nos parábamos a bailar. ¿Por qué sonaba esa canción de los años sesenta en la radio hoy, justo cuando yo la estaba escuchando?
Posteriormente, en una comida en el jardín, acompañada por mi familia, las personas con quien Pablo más disfrutaba estar, levantamos la copa y brindamos por él. En ese preciso instante, unas gotas de lluvia cayeron y desaparecieron al momento de regresar las copas a la mesa. Como si desde el cielo hubiera unido su copa también. Todos sonreímos. Otro día, al abrir la puerta de mi recámara, el aroma a la loción que Pablo usaba flotaba en el aire. Me quedé asombrada, extrañada y feliz.
Por supuesto, no hay prueba científica acerca de la realidad de estas experiencias. Sin embargo, tampoco se cierra la puerta a la posibilidad de que estos fenómenos tengan un significado más allá de lo que racionalmente puede explicarse.
Lo que con certeza sé es que el amor entre las personas no desaparece con la partida de una. Y que, si bien hay mucho del universo y de la vida que no comprendemos, es un hecho que existe mucho más de lo que sabemos.
Así que me abro a las infinitas posibilidades y a ver, como dice Adriana, con los ojos del alma.