CUERPOS EN BANDEJA | Saltillo360

CUERPOS EN BANDEJA

Cuerpos en bandeja.

Ayer eran mejores noches que estas. Tarros de cerveza, por lo menos, esperaban en la orilla de la tabla, mientras los manjares desfilaban, como soldados de infantería rusa, en una secuencia milimétrica, algebraica: frutos azules cayéndose de morados. Ayer eran mejores noches que estas. Ayer eran mejores días que este tiempo el cual nos asiste. Hoy son días lerdos de prohibiciones. No comer de esto por el colesterol. No comer de aquello por las toxinas. No beber de esa fuente embarazada de licor, no beber de aquel elixir de amor… no beber, no comer. No vivir.

Ayer eran mejores días que estos. Gastronomía y erotismo, ¡gran combinación! Gastronomía y literatura siempre harán feliz matrimonio. Y si hay buena comida, habrá un festín literario. No la prohibición, sino el disfrute estético; no el combate al colesterol, sino las pasiones y la gula nos harán libres. Siempre desfilarán buenas y suculentas letras en los mejores escritores de la literatura universal. Es el caso de dos momentos cumbres, dos momentos irrepetibles de la humanidad. En un lugar de la Mancha, donde Miguel de Cervantes tatuó a fuego lento su historia, apenas en la tercera línea, la cocina se hace presente: “Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos…” 

Don Quijote, el esquelético Hidalgo, sigue cabalgando con su lanza en astillero, su adarga antigua y su rocín de huesos y tripas. No menos conmovedora es la evocación, el poder de la memoria, la cual nos transmite Marcel Proust al traernos a la boca y al olfato su magdalena, ese bollo de “En busca del tiempo perdido”; el cual, mezclado con té, evoca todos nuestros recuerdos y nos acerca a ciudades melancólicas. Una olla podrida y una magdalena. Carajo, eran mejores tiempos que estos. No era necesario calcular aceites, grasas y proteínas en una amalgama perfecta, la cual, a quien la practique, lo llevará sin disfrute alguno al mismo lugar que a nosotros, los desaforados de carne y espíritu: a la tumba. 

Para el poeta Orlando González Esteva, no hay nada mejor que un cuerpo en bandeja. En la siguiente cuarteta de versos octosílabos, nos acerca un pedazo de paraíso a nuestros labios: “Ah, tus pechos descubiertos / y el pequeño caracol / de tu ombligo bajo el sol. / ¿No oyes reír a los muertos?” El eternamente desgraciado Miguel Hernández nos recuerda del corazón, el cual es “una naranja helada / con un dentro sin luz de dulce miera”.

Adán, triste varón, no fue expulsado del paraíso por deleitarse con los pechos primigenios y puntiagudos, claves del alfabeto, de Eva; tampoco fue expulsado por recorrer, moroso, los muslos redondos, de columna romana, de esa hembra hecha de éter y lamentos. No, el triste Adán fue expulsado por comer del… fruto prohibido. Ponga aquí, lector, su fruta preferida. No la manzana, en mi caso, sino la papaya o el mango. En ocasiones, la mora y las frambuesas. En fin, el festín es interminable.

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.