La bebida vino para quedarse: si ella se va, nosotros también
El día pardeaba. No tanto como para liberarse del enfadoso calor y el sol jurado, cayendo a plomo y uno cargándolo como fardo en las calles ardientes de Saltillo. En primavera y verano, se “anochece” a las 8:55 y apenas se vislumbra un hilo de oscuridad en el horizonte. Sí, es cuando también y en ráfagas, asoma un vientecillo fresco. Hay otros lugares que están peor en cuanto a dureza de clima debido al cambio de horario que los genios de nuestras autoridades federales tuvieron a bien aceptar debido a la entrada en vigor del TLC. Tratado a punto del quiebre.
Alguna vez fui una semana por trabajo a Bahía San Carlos, Sonora. Debido a otro uso horario allá y por el cambio al cual estamos sometidos en México, en ese bello y espectacular mar, bahía pues, se “mete” el sol a las 11:50 de la noche. Sería mejor decir, del día. ¿El calor? El calor es una bestia feroz y hambrienta. Diario, cuando estuve en unas mesas de análisis sobre políticas de juventud implementadas en México, la temperatura promedio era de 45-48 grados. Claro, más el factor de la humedad de la mar bella, pero infernal. Para nuestra desgracia, en Saltillo no hay mar a la vista y sí visiones apocalípticas por este calor. ¿Qué hacer cuando las actividades del día van terminando? Lo repito, pardeaba la tarde y enfilé mis pasos a “Don Artemio” para bastimentarme. Pensé en mis habituales “Enchiladas de queso/queso” y un par de cervezas bien muertas. Alguna botana. No más.
¿Qué hacen los marineros cuando el Capitán no está al frente del timón y del buque? Pues sí, fiesta. No estaba el chef Juan Ramón Cárdenas e hicimos fiesta. Los diversos maître del lugar, Luis Nava, David Alejandro, José Luis Casta, Moisés Mendoza y don Juan de la Cruz, todos ellos, como siempre, vestidos de rigurosa etiqueta y con mancuernillas en camisa de puños almidonados y los dos bartenders del lugar: Luis Castañeda y José Antonio Castillo (el famoso “Bores”).
Apoltronado ya en mi silla, la pregunta fue directa: “¿Oiga maestro, ya probó la nueva coctelería que tenemos disponible?” en un segundo respondí, “No señores, ¿qué hay?” Aquello se convirtió en una fiesta. Probé los cinco tragos mezclados que a continuación detallo: el clásico mojito cubano, pero recargado: ron blanco, blueberry, hierbabuena, agua mineral y un toque de jarabe. Un coctel llamado “Moscú.” A saber parte de sus ingredientes: cerveza de jengibre, limón en rodajas y en espada, vodka, montado todo en un vaso pata de mula. Otro trago: “Black Berry Smatch.” El cual lleva zarzamora, mezcal, agua mineral en un vaso old fashion.
Con la complicidad de los dos bartenders (el tremendo “Bores” y don Luis Castañeda), los resultados de esta alquimia de brebajes es autoría de la bella Sofía Cárdenas (quien recién acaba de desempacar maletas de Londres, a donde fue a la “European Bartender School”, a cursar un Diplomado). Entre risas, la sirena Sofía (la señorita colecciona todo lo que tiene que ver con estos seres prodigiosos. Su colección, como ella misma, está en formación), me cuenta de que, solo de entrada y para iniciar el curso, tuvo que memorizar y preparar la friolera de 65 cocteles diferentes; es decir, los famosos “caballitos de batalla” en materia de brebajes.
El toque, la lady ya lo trae de simiente. Sí, es hija del chef Juan Ramón Cárdenas y si usted abriga alguna duda, vaya por el siguiente coctel, el mejor: en vaso alto transparente, una medida de ojasén preparado y envasado ya por “Don Artemio”, una medida de licor Chatreu (verde. Aunque lo hay también amarillo), pepino, limón, una hoja de hierbabuena y hielo a discreción… Ya nada es igual, incluso, hasta el mundo se ve maravilloso y habitable. Con dos cocteles en el gaznate, usted hará suya la frase de Kingley Amis, “La bebida vino para quedarse: si ella se va, nosotros también.” De alto impacto.