EL PRIMER DÍA DE MI HIJA EN HARMONY SCHOOL | Saltillo360

EL PRIMER DÍA DE MI HIJA EN HARMONY SCHOOL

Veníamos saliendo de una pandemia que nos tenía muy pegaditas en casa. Mientras yo hacía home office, Valentina exploraba los cajones, se enlodaba en el jardín y escalaba los muebles. Cocinábamos, bailábamos y cantábamos juntas y siempre terminábamos el día contando un cuento. Yo sabía que al llevarla a la escuela, la primera que lloraría sería yo, pero no fue así…

Llegamos de la mano a un aula mágica en la que a Valentina le brillaban aún más sus ojos exploradores: una esquina abrazadora llena de cojines y libros, mesas sensoriales, plastilinas, juguetes didácticos, un espacio con su foto en grande y las genuinas sonrisas de Miss Brenda y Miss Mariana.

Elegimos Harmony justo para darle continuidad a la independencia e indagación que habíamos fomentado en Valentina desde casa y porque tienen un programa de inducción que me daría mucha tranquilidad, en el que iba a poder acompañarla en el aula los primeros días de clases.

Ahí estábamos ella y yo en el primer día; yo, nerviosa, ella, feliz cantando en ronda con sus nuevos amigos y escuchando muy atenta su primer cuento en inglés. Alcancé a explicarle dónde estarían sus cosas y presentarle bien a sus misses, quienes estarían para ella si necesitaba algo; todo estaba adaptado para su tamaño y eso ayudó a que se sintiera más cómoda. Cuando le dije que me iba a ir y que volvería por ella más tarde, me dijo que sí con una sonrisa y siguió jugando. Yo salí tranquila, con la certeza de que estaba en un lugar seguro, armonioso y más estimulante que en mi de pronto caótico home office workaholic

Hoy Valentina está en Kinder 2 y Harmony es su segunda casa, todos le llaman por su nombre, estamos integrados a su comunidad y eso resuena en su seguridad. 

Hemos vivido con ella su escuela, además del cuento de cada noche antes de dormir, cada semana leemos juntos el que ella elige de la biblioteca. Ya llevamos más de 100 títulos.

Además de aprender motricidad fina, lenguaje, música, baile y contar casi hasta 50, Valentina sabe de conciencia por el planeta. Cuando vamos a la montaña recolectamos basura y la llevamos a reciclaje y de pronto la sorprendo en el parque recogiendo botes y latas. Valentina ha aprendido también que el corazón se hace más grande cuando ayudamos a los demás, este invierno llevamos pañales a las familias del Hospital Materno Infantil. Lo de conocer sus emociones le está costando trabajo todavía, pero justo cuando está muy enojada toma su bote de calma, que hicieron en el salón, y respiramos juntas hasta sentirnos en paz.

Yo aprendí mucho junto con ella, que la escuela también se vive en casa y en la comunidad, que el aprendizaje no debe ser estrés, que no se trata de memorizar, sino de entender los porqués y cómo funciona el mundo. Uno de los atributos que más me encantan hoy de Valentina es que pregunta e investiga todo lo que está a su alrededor. Solo le pido a Dios que su curiosidad y sus ojos de niña con signos de admiración con los que mira el mundo, vivan en ella por siempre.