Un buen día, usted va al doctor y éste le dice una noticia con disyuntiva: usted va a perder uno de sus cinco sentidos. Pero la buena noticia es su decisión de pérdida. ¿Cuál perdería, por cuál se decantaría para no tenerlo, ni disfrutarlo nunca más? ¿Acaso la vista, en teoría, y sólo en teoría, el rey de los sentidos? ¿Usted elegiría perder el oído y nunca más volver a escuchar música? ¿El tacto, perder el sentido de la piel y sus rizomas, su levitar y su poder seductor? ¿Usted le diría al doctor en turno de su renuncia al gusto, al placer del paladar con todos sus matices? O acaso, como muchos en el planeta tierra, usted le diría al galeno: cástreme el olfato. Caray, pobre olfato y su devaluado peregrinaje hasta hoy.
El sentido del olfato está devaluado, nadie lo duda, y lo dejamos en letra redonda en el texto anterior. De hecho, es algo, digamos, poco decente en la mesa olisquear la comida. Cuando deberíamos hacerlo cuando recién llega a la mesa. Decía Aristóteles: el olfato es un sentido “primitivo”. El más bajo de los sentidos en su escala de valores, emparentado con las “bajezas” humanas. Para Aristóteles, la visión y el oído son sentidos divinos y conducen a Dios: los productos son la belleza y la música. No así los sentidos bajos o primitivos: el gusto (gula) y el tacto (lujuria). Y nuestro sentido aquí reivindicado luce al final.
¿Olisquear la comida? Ni pensarlo. Es de mala educación. ¿Oler a la persona amada? Tampoco. Es estar emparentado con los… perros. De aquí deriva nuestro prejuicio, cuando deberíamos oler todo, absolutamente todo. Darnos un atracón de olores, como nos lo damos en la comida y bebida. Y usted lo recuerda, lo anterior es el tema de esa gran obra señera que ha marcado un parteaguas desde su publicación, allá por la década de los noventa del siglo pasado –recuerdo–: la portentosa novela “El Perfume” del alemán Patrick Süskind.
Una amiga de San Antonio, Texas, que lee estos textos, me ha marcado a mi desvencijado celular y me ha acotado lo siguiente: tal vez sea la única y, claro, la mejor novela, el mejor texto que tiene como columna vertebral a los olores. De todo tipo. Olores humanos, en la comida, en el ambiente putrefacto de París, en sus tabernas, en sus ríos, en sus montañas, en sus miserables cárceles y conventos… Mi amiga, avecindada desde hace años allá, también me da una noticia: hay una serie en Netflix que tiene como base a la novela. También voy viendo de una serie corta o producto para televisión con más fidelidad a la novela, pero dicha serie es para Europa y, en especial, para Alemania. Ignoro si está disponible en las diversas plataformas tecnólogas hoy ubicuas. También hay una película, que fue muy exitosa en su momento.
Para desgracia de todos, el olfato, el olor, el oler, el olfatear está muy desprestigiado. ¿Usted podría vivir sin oler, vivir sin oler cosas agradables o, bien y de plano, humores y olores desagradables? Lea usted Éxodo en la Biblia, capítulo del 5 al 11. La temática son las famosas plagas que cayeron en Egipto. Varias de ellas tienen un común denominador: el fétido olor. “Apestaba la tierra” se lee literalmente en una traducción de Casiodoro de Reina. Pero también a Jehová le gustaba, y mucho, el olor de la carne asada. Léame la próxima semana.