El chiste es viejo, pero se sigue cumpliendo a la letra. Hoy más que nunca. Lo reescribo de memoria, es del gran Woody Allen. Hoy en día hace tanto daño lo que apenas ayer era óptimo para nuestro crecimiento y salud: el sol, la leche, la carne, los huevos, el café, el chocolate; el ir a la Universidad… Pues no, no más. Los nuevos especialistas dicen hoy que todo lo anterior es malo y daña la salud física y mental. Bueno, hoy todo daña. Vivimos en la época de las prohibiciones, no de la libertad.
Lo anterior viene a cuento por un libro que acabo de conseguir en una de las pocas librerías que sobreviven en Zacatecas. El libro es “El sabor del chocolate”; el subtítulo es puntilloso: “Lujo, moda y buen gusto en el siglo XVIII”, de la autoría de Piero Camporesi para la editorial española Debate. Una joya bien lograda. El autor investiga el llamado siglo de las luces italiano (siglo XVIII) y nos entrega una espectacular estampa de la ebullición de dicha sociedad, bajo el amparo de los olores, sabores, bebidas, comidas, sí; pero se dedica a su tema de estudio, algo de América para el mundo: el chocolate.
Son catorce capítulos donde se habla desde la “ciencia de saber vivir”, las “carnes viscosas y purgadas”, y el “caldo indiano” hasta la mesa opulenta. Husmeando en papeles y bibliotecas mal sanas, en los autores de época, cartas y correspondencia privada, no pocas veces el autor hace una espléndida radiografía de la relación del chocolate con la sociedad, las maneras de ir a la tabla y, claro, algo de lo cual le he contado aquí y en otros espacios, tema nada baladí: los placeres de la panza o los sinsabores de la indigestión.
El gran Truman Capote lo vivió, lo comió, lo fumó y lo bebió todo. Nada de medias tintas o paños tibios. El autor de “A sangre fría” era fanático de todos los postres, pero en especial del llamado “pudín italiano de verano”, elaborado con frutas de temporada y chocolate, harto chocolate. George Orwell, el célebre autor de dos obras portentosas que han modificado patrones de conducta y prefiguraron el mundo de hoy, “Rebelión en la granja” y “1984”, tenía como uno de sus platillos favoritos el “plum pudding”, un pastel, un postre elaborado con frutos secos, chocolate y nueces.
En un más acá latinoamericano, el mago de Aracataca, Colombia, Gabriel García Márquez, tiene entre sus más de 40 textos editados todo un banquete para deleitarnos. Parte de su apuesta fue el “descubrir” para el mundo la identidad, el modo de ser americano y la gastronomía, los alimentos, frutos y animales, los cuales son parte fundamental en su obra. En “Cien años de soledad” (1967), pone a levitar a un cura que llega a Macondo, Nicanor Reyna. Levita luego de probar una taza de chocolate espeso, sin respirar. Y lo anterior, usted lo recuerda, tiene su fundamento en historias de santos y monjes que, en teoría, lo hicieron en el pasado, como San José de Cupertino (Italia, hacia 1638).
En el siglo XVI, la historia cuenta que Santa Teresa de Ávila se elevaba del suelo por hasta 30 minutos. Lo bien cierto es que el Gabo hizo levitar a su monje mediante la gastronomía: el probar una humeante taza de chocolate espeso… lea el libro “El sabor del chocolate”, una maravilla.