A veces, nos olvidamos de que este instante, aquí y ahora, es único, y eso hace que el presente tenga un valor incalculable. Me he dado cuenta de que vivir implica ser capaz de sonreír y llorar, de sentir felicidad en medio de la pérdida y de entender que cada día trae consigo algo irrepetible.
El miércoles 30 de octubre, mi tía Mayra, hermana de mi mamá, partió de este mundo. Fue un golpe profundo para toda mi familia, y especialmente para mi madre y sus hermanas. Nos reunimos en esos momentos difíciles, donde las palabras a veces no alcanzan para expresar la ausencia, y nos encontramos en ese silencio compartido que acompaña el duelo. Sin embargo, también fue una semana en la que, para mi programa de radio, me disfracé día tras día, en el marco de las fiestas de Halloween y Día de Muertos. Cada uno de esos personajes trajo consigo risas, diversión y un compromiso con mi audiencia que nunca se debilita, ni siquiera en las circunstancias más dolorosas.
Ese miércoles, después de salir del programa, aún con la voz ronca de tanto hablar y reír con mis radioescuchas, fui a despedirme de mi tía en su lecho de muerte. Llegué vestida de “Aunt Jemima”, la negrita de los ‘hot cakes’, con un atuendo que seguramente nadie esperaba en un momento tan solemne. Mi ahijada Jessica, nieta de mi tía Mayra, me miró con una mezcla de ternura y confusión, y me dijo: “nada más tú, tía, pudiste venir vestida así”. Y esa frase, en medio de la tristeza, me hizo sonreír. Porque sí, la vida tiene muchas aristas: risa, llanto, tristeza, pero, sobre todo, una dualidad que nos hace humanos. Estoy segura de que si mi tía me hubiera visto vestida de “Aunt Jemima”, habría reído sin parar; siempre fue mi fan incondicional, aplaudiendo todos mis éxitos desde la primera fila… pero esta vez llegué tarde.
Es curioso cómo los momentos de dolor se entrelazan con aquellos de alegría. Vivimos en una constante contradicción que da sentido a lo que somos y hacemos. Mi tía Mayra siempre supo que la vida es así de impredecible y llena de sorpresas. En sus últimos días, me enseñó que a veces no se trata de esperar el tiempo perfecto para actuar o para sentir, sino de ser conscientes de lo que tenemos frente a nosotros.
Todo esto me ha hecho reflexionar sobre lo que significa vivir el mejor momento de la vida. Porque, a menudo, pensamos que el mejor momento está reservado para los días en los que todo sale bien, sin obstáculos, ni lágrimas. Pero, realmente, el mejor momento de mi vida es ahora, con cada risa que comparto al aire, con cada lágrima que brota de mis ojos, con cada disfraz que me pongo y con cada adiós que tengo que decir. Porque sé que miraré hacia atrás y recordaré con gratitud estos días tan llenos de contrastes.
El compromiso con mi público no se desvanece, incluso cuando el corazón se siente pesado. La vida nos pide estar presentes y, aunque cuesta, me he dado cuenta de que estoy viviendo el mejor momento de mi vida precisamente porque soy capaz de sentirlo todo. No hay nada más valioso que estar consciente de nuestras emociones y dejar que nos enseñen a seguir adelante, a construir y a agradecer.
Esa semana marcó un antes y un después para mi familia, pero también me dejó una enseñanza que guardaré siempre: no importa cuán complicadas o contrastantes sean nuestras vivencias, siempre habrá algo por lo que estar agradecidos. Hoy elijo vivir con todo lo que eso conlleva, con el compromiso hacia mi audiencia y hacia los que amo. Aprecio este momento, tal como es, porque mañana todo será diferente, y quizá añoraré el día en que pude abrazar a mi madre en su dolor o hacer reír a mi ahijada mientras vestía un disfraz ridículo.
Así es la vida: risa, llanto y la certeza de que cada día es un regalo. Mi tía Mayra nos dejó muchas lecciones y una de ellas es que la vida no siempre espera a que estemos preparados para los cambios. Lo único que podemos hacer es vivir el presente con la mayor intensidad posible y comprometernos con aquello que nos apasiona. Y por eso, hoy, sin lugar a dudas, sé que estoy viviendo el mejor momento de mi vida.
¡Buen viaje y hasta pronto, tía!
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