Qué bonitos recuerdos tengo de mis abuelos y, aunque son pocos, los atesoro en mi corazón como algo mágico e intocable.
Los recuerdos son borrosos, de una vida lejana; sin embargo, los siento muy familiares, llenos de amor y gratitud.
Los míos me duraron poco, se fueron aún teniendo mucho que aprender de ellos, de gozarlos de muchas formas y vivir otras etapas con ellos.
Faltó tiempo para aprenderles, para cuestionarlos, para disfrutarlos, pero lo que me dieron en vida fue suficiente para honrarlos y respetarlos siempre.
Los abuelos son un regalo, un instante y un momento; son personas especiales, que aman de manera diferente.
Son prestados y solo de grandes entendemos lo rápido que pasa la vida y lo tristes que nos dejan con su partida.
Se van pronto, es por eso que disfrutarlos, cuidarlos y escucharlos es un privilegio.
Están hechos para dar y para obsequiar:
Abrazos cálidos, besos sinceros, palabras llenas de sabiduría.
Recetas secretas, comida calientita y en abundancia.
Miles de historias, millones de anécdotas y suspiros de nostalgia.
Añoranzas de juventud, canciones hermosas y letras profundas.
Primeros auxilios y curaciones a base de besos y mimos.
Con ellos se aprenden las mejores cosas de la vida: a cuidar el jardín, a regar las flores y a ver la belleza de la naturaleza.
Tienen tiempo suficiente para tomar el café, leer el periódico y mirar a los ojos cuando les hablan. Ya vivieron, ya bailaron, ya lloraron, ya gozaron y aún así las ganas de seguir no se acaban, pues llegan los nietos y se les enciende el alma.
Los abuelos se merecen la admiración de todos, porque a pesar de lo cansados que pueden estar, siguen de pie para corretear, cuidar y muchas veces educar nuevamente.
Que su casa siga siendo igual de cálida y acogedora, el lugar más seguro para estar; en donde la felicidad, la armonía y la unión siempre estén presentes.
¡Felicidades a todos los abuelos! En especial a los que hoy están solos por las circunstancias y que esperan a que pase la pandemia para volver abrazar a sus nietos.