GASTRONOMÍA EN RAMOS ARIZPE | Saltillo360

GASTRONOMÍA EN RAMOS ARIZPE

Gastronomía en Ramos Arizpe.

Lo que lee el que vive. Lo que come, bebe y disfruta el ser vivo. El alto y garboso alcalde de Ramos Arizpe, José María Morales, “Chema” Morales, vía la mano del atildado Secretario del Ayuntamiento, don Alejandro González Farías, me hizo llegar en lunas pasadas el libro editado por su ayuntamiento: “Mentiras completas, mitades y pocas verdades de los ramosarizpenses”, un libro delicioso de Francisco Cabriales. Este libro enigmático, jocoso y lleno de jiribilla y retruécanos del lenguaje se inscribe en aquello que don Luis González y González inauguró y encorsetó como “microhistoria”. 

A mata caballo entre la estampa, la crónica, la ficción, los documentos como prueba, las fotografías antiguas como soporte, la historia e incluso la hagiografía, “Mentiras completas, mitades y pocas verdades de los ramosarizpenses”, libro de poco más de 300 páginas, es un documento fabuloso en cualquier arista que usted lo lea: un repaso histórico, un anecdotario, un inventario de buenos personajes, una recopilación de  comercios, tiendas, labores, cañones, haciendas y casas de aquel Ramos Arizpe en la memoria y en alma; sí, a punto de perderse. 

Pero para el tenor de esta columna dominical, el libro antes mencionado es ni más, ni menos que un documento de primera mano para adentrarnos en la veta, rica veta gastronómica de una villa, un pueblo el cual ya es una ciudad y de las mejores del Norte de México: Ramos Arizpe y su vocación industrial. Pero antes de la llegada de industrias de talla internacional, Ramos fue y es la mera mata de varios platillos, antojitos e inventos culinarios, y de esa manera tan peculiar que tienen para cocinar los habitantes ramosarizpenses. A vuela pluma, lea usted la siguiente y rápida selección de textos. Aunque luego regresaré con un tríptico goloso. Lea usted, por favor, a Paco Cabriales y su buena, documentada y puntillosa prosa…

Pasaba por Ramos Arizpe una especie de taumaturgo, un tipo errante, un indio llamado Teopiltzin Chimalpopoca, alias “El Profeta”. Lea usted lo siguiente sobre tan extraño y enigmático personaje: “En alguna de sus estadías, trajo la chifladura del naturismo… A los enfermos de almorranas los curaba con vapores de gobernadora, los sentaba en una silla de bejuco sin pantalones y abajo ponía una honrilla con un jarro de agua hirviendo con hojas y tallos de la hierba. A otros los forraba con un emplasto de lodo del cuello hasta bajo vientre, para fiebres, catarros, dolores de cabeza y muelas…”

Lea usted el siguiente fragmento de una estampa titulada “Doña Chelina”: “Llegó según decían de Nuevo Laredo, Tamaulipas… llegó en compañía de su esposo, hombre introvertido y sumiso, adecuado para una mujer como ella. Confitero de muy buena mano en su oficio, de su arte salían aquellos cubiertos de calabaza, de chilacayote, de biznaga, higos gratinados, jamoncillos de leche con nuez, cilíndricos revolcados en canela molida, en forma de corazones; charamuscas rellenas de cacahuates, chiclosos…”

¿A quién diablos interesa contar proteínas, triglicéridos, vitaminas, toxinas o calorías…? ¡Caray, se hace agua la boca! Regresaré al tema. 

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.