¿Cómo levantar nuestro maltrecho ánimo en días tan grises y duros con esta pandemia del demonio, la cual aún hoy tiene terribles secuelas en nosotros los atiriciados humanos? La mitología popular asocia con el vigor sexual y la atracción entre los sexos a los siguientes alimentos, comidas, plantas y bebidas: los mariscos, el chocolate, la miel, el tequila, el vino, el aguacate, el maní, el ginseng, el melón, el apio… la lista es larga. La cosa no es sencilla con respecto a esto de bebidas afrodisíacas o alimentos. Ramas de un mismo árbol.
Varios tienen que ver con aristas insospechadas, como la forma física (el “ahuacuatl”, el aguacate, que es literalmente y en traducción al cristiano: “árbol del testículo”, el cual se considera potente afrodisíaco); otras bebidas tienen que ver con su linaje y glamour (una botella de champagne o una copa y botella de vino escogido) o con su poder alucinógeno (la absenta o “hada verde”, la madre de todas las bebidas espirituosas). O bien, de acuerdo a sus ingredientes: el ginseng, el apio, el chocolate.
Hay un cóctel afrodisíaco, es una especie de “levantamuertos” o “parapingas”, como le llama Mario Vargas Llosa en “Pantaleón y las visitadoras”. El texto de “Un libertino en la ciudad”, del inglés James Boswell, en un episodio totalmente pornográfico, nos cuenta de su noche con la señora Digges (pseudónimo de Mrs. Lewis), donde hubo un solo ingrediente: sexo. Luego, más sexo. Y el episodio nos interesa porque aquí hay gastronomía, tragos, alcohol. Y el autor nos da santo y seña del cóctel por él llamado “Negus”. Bebida alcohólica con vino, específicamente uno muy seco: el oporto, mezclado este con agua caliente, zumo de naranja, nuez moscada y azúcar. Boswell lo define como un tazón o caldo “revigorizante”. El afrodisíaco fue bueno: cinco eyaculaciones sobre la humanidad de la señora Lewis, la cual tenía “unos pechos blancos como la leche…”
Aunque volveré luego al tema, en el famoso “Satiricón” de Petronio, libro entre el poema, la novela y la crónica, de todos es conocido el episodio del “Banquete de Trimalción”, donde desfilan, amén de lujuria y sexo, vinos y manjares aderezados con cantos y atenciones para hedonistas empedernidos. Un fragmento: “Por fin nos instalamos para comer. Unos esclavos de Alejandría se pusieron a lavarnos las manos con agua de nieve. Luego estos fueron reemplazados por otros que se postraron ante nosotros para extirpamos con suma maestría los padrastros de los pies. Hay que añadir que esta delicada tarea no la ejecutaban en silencio, sino que al mismo tiempo cantaban. Con la curiosidad de cerciorarme si todos los fámulos cantaban, pedí de beber, y un solícito esclavo vino a servirme cantando con una voz no menos desafinada. Lo mismo hacían todos a quienes se pedía algo. Daba la impresión de estar en medio de un coro de pantomimas y no en el triclinio de un paterfamilias. Se trajo la entrada que fue digna de alabanza. Todos estábamos ya recostados, excepto el propio Trimalción, a quien, según la nueva moda, se le había reservado el primer lugar”.
“En la fuente destinada a las entradas se había colocado un pequeño asno de bronce corintio con una albarda que contenía aceitunas verdes en una alforja y negras en la otra…” Aceitunas negras. Caray, esto es vivir.