Usted lo sabe, un día y al despertar por la mañana luego de tener “sueños intranquilos”, Gregor Samsa, un vendedor de telas el cual mantenía a toda su familia, se encontró en su “cama convertido en un monstruoso bicho”. Y claro que usted lo sabe y lo ha leído o releído varias veces en su vida: los entrecomillados son líneas textuales del relato “La metamorfosis”, de ese ser humano, tan atormentado como genial, Franz Kafka. Tan dotado como insufrible fue en este mundo llamado Tierra.
Ríos de tinta han corrido en todo el mundo para tratar de responder una batería de preguntas sin respuesta, una larga batería de preguntas de un cuestionario eterno. Algunas básicas y al azar: ¿por qué Gregor Samsa, un piadoso, cumplido y abnegado vendedor de telas, amanece convertido en un repugnante bicho? ¿En qué bicho monstruos: en cucaracha, pina- cate, sabandija, en escarabajo…? ¿Se ha convertido en un bicho como castigo por no haberse adaptado del todo a la vida miserable y patética de la humanidad? Su mutación, su metamorfosis, la crea él precisamente, ¿para sustraerse al mundo alienado del trabajo y la nula reciprocidad de los seres humanos alrededor, los cuales todo lo ven igual y por siempre: la monotonía de la existencia?
Nunca lo sabremos. Pero lo que sí sabemos es que Gregor Samsa amaneció convertido en un gigantesco bicho, el cual nunca perdió su capacidad de inteligencia, raciocinio y conciencia de ser eso: un humano pensante en un cuerpo ajeno. Entonces, ¿de qué alimentar o qué come este gigantesco monstruo el cual llega al final de su vida precisamente así: muerte por tristeza, por inanición? Caramba, no poca cosa y por eso este texto es una obra de arte, un clásico de la humanidad. Jamás se agota y adquiere múltiples lecturas e interpretaciones.
Pero hoy y por el propósito que nos anima dominicalmente y en virtud del poco espacio que ya tengo, van algunos fragmentos de la ¿comida imaginaria? de este bicho, del hombre llamado Gregor Samsa, quien es una metáfora de la humanidad. Lea usted su dieta: “Para probar cuáles eran sus gustos, le trajo (su hermana) una completa selección de cosas, todas ellas extendidas sobre un periódico. Allí había verdura medio podrida, restos de huesos de una cena bañados en salsa blanca que se había solidificado, unas cuantas pasas y almendras, un queso que Gregor había considerado intragable dos días antes, un pan seco, otro untado con mantequilla y otro con sal…”
“Además, junto a todo esto, puso, lleno de agua, el cuenco que en adelante ya solo le correspondería a Gregor… ‘¿He perdido sensibilidad?’, pensó mientras sorbía ávidamente el queso, que era la comida que, de forma inmediata y rotunda, más le había atraído de todas. Rápidamente y con los ojos llorosos de satisfacción, devoró el queso, la verdura y la salsa…”
La muerte de Gregor Samsa, o del bicho llamado Gregor Samsa, es una de las muertes más dolorosas de la literatura jamás escrita: “Mirad qué flaco estaba”.
¡Llevaba tanto tiempo sin comer! Tal como le llegaban las comidas así las dejaba. El cadáver de Gregor estaba efectivamente plano y seco…” Una sirvienta torva y malhadada le espeta a la familia: “Verán… ya no tienen que preocuparse de cómo deshacerse del cachivache de al lado”. Uno de los personajes más entrañables de la literatura universal, aún hoy, sin tumba.