La traición de Judas Iscariote se fraguó en la cena y hubo un guiño de ojo para saberlo
Gracias por leerme dominicalmente en este generoso espacio, estimado lector. No pocos comentarios he recibido por el díptico aquí editado donde abordé eso llamado “La última cena” de Jesucristo y sus seguidores. Doce para ser exactos. Gracias por sus comentarios, apostillas e interés en esta exploración de la gastronomía desde diversos ángulos, enfoques y aristas. Lo prometido la ocasión anterior, hoy lo acometo con su permiso y atención: todo mundo sabemos que uno de los doce discípulos del maestro Jesús, lo iba a traicionar. Pues así pasó para que se cumpliera la tradición o la profecía, vaya. Y como todo, todo tiene que ver con la comida y sus ritos y símbolos, la traición de Judas Iscariote se fraguó en la cena y hubo un guiño de ojo para saberlo: metió su pan en el platón de salsa del maestro Jesús…
Está de la patada lo anterior, pero vamos por partes. Dice Mateo 26:23, “El que mete la mano conmigo en el plato, ese me va a entregar.” Marcos 14:20: por su parte y en la misma estampa, dice: “Es uno de los doce, el que moja conmigo en el plato.” Por último, citamos a Juan en su parágrafo 13: 26: “A quien yo diere el pan mojado, aquel es. Y mojando el pan, le dio a Judas Iscariote hijo de Simón.” Creo que ya lo notó estimado lector, hay una gran diferencia entre meter la mano en la salsa y mojar el pan y otra cosa es recibir un pan mojado en salsa como símbolo de aquello que es inminente y va a suceder pocas horas después: la traición.
Este acto humano, terreno, cristiano y eterno, la traición, lo tenemos en el ADN (aunque no toda la humanidad; pero vea lo que pasa diario en Latinoamérica y su violencia extrema) y nos habita. Pero también esta eucaristía, esta alianza, esta común unión, comunión, se hace presente todo el tiempo y en nuestra vida cotidiana. Lèdo Ivo (1924-2012), ese gran poeta brasileño, apunta los siguientes versos en uno de sus poemas: “Armé una hoguera en el bosque/ para calentar a los que, lejos de mí,/ están sintiendo frío.// De la harina más pura hice el pan/ para nutrir a los que, cerca de mí,/ están sintiendo hambre.” ¿No es precisamente lo anterior, parte de los valores cristianos y las enseñanzas de Jesucristo? Absolutamente sí.
Ahora bien, podríamos seguir especulando por siempre, sobre los alimentos de esa noche de la llamada última cena. Dos investigadores italianos han dedicado todo un libro a esta estampa, son Generoso Urciuoli y Marta Berogono con su volumen “Jerusalén, la última cena.” Los cuales afirman que Jesús y los suyos cenaron guiso de judías, cordero, aceitunas, salsa de pescado, pan ácimo sin levadura, platones de hierbas y dátiles del desierto. Y si usted revisa someramente la iconografía al respecto, observará un guiño recurrente en muchos pintores: éstos por lo general pintan, retratan a Judas el traidor, estirando la mano para mojar su pan en el platón de la salsa del Señor (el molcajete de aquellos tiempos, vaya). Es decir, la estampa que nos dejó Mateo de aquel que moja y mete la mano en el plato de Jesús. Y todo va cuadrando: usted lo sabe, los hermanos judíos (y en muchos hogares de México) tienen un gran platón donde sirven los alimentos (el cordero de Pascua) y de allí todos toman su porción, todos meten la mano.
Y caray, ni se diga en México, donde estamos habituados a que nos pongan un gran molcajete de piedra volcánica, donde vamos tomando raciones de salsa para nuestros alimentos. Ese Judas por goloso, fue rápido descubierto. Cuestión de educación… y alimentación.