Gracias por leerme y atender estas letras dominicales bajo un solo palio: gastronomía y bebidas para el alma, cuerpo y espíritu. Amplia resonancia y eco lo siguiente, la siguiente saga que es suya, no mía: si hay venenos (comidas y animales) y hierbas que matan, hay hierbas que curan todo mal. Si hay alimentos que nos llevan a la tumba, hay otros que nos levantan de la cama y, literalmente, nos hacen levitar.
Usted lo sabe y lo recuerda: en “El nombre de la rosa” de Umberto Eco, Guillermo, el bibliotecario, interroga a Severino, el herbolario, acerca de medicinas y venenos. Severino contesta: “Hay muchas hierbas que administradas con cautela son excelentes medicamentos, pero en dosis excesivas provocan la muerte…” Al impregnar el asesino las hojas de la “Retórica” de Aristóteles, el veneno pasa a ser ingerido por vía oral cuando el bibliotecario humedece su dedo cada vez al pasar la página y leer las fojas del volumen.
De entre decenas de aportaciones de México y América al mundo, figuran dos regalos que están en boca de todos: el cacao y la vainilla. Un poema náhuatl dice a la letra: “Yo bebo cacao / con él me alegro / mi corazón se satisface, mi corazón es feliz”. Pues sí, el chocolate da felicidad, nos hace sentir alegres y contentos en esa región llamada alma.
¿Un buen tratamiento contra males digestivos? Té de hierbabuena (Mentha piperita). ¿Aliviar un reumatismo, gota e hidropesía? Tomar un té o jugo de una planta anual tan bella como enigmática, el girasol (Heliantus annuus). Usted conoce la flor de nochebuena, cuando usted tiene heridas, cicatrices y demás cosas cutáneas, los yerberos y libros especializados al respecto recomiendan lo siguiente: machacar las flores y aplicar como cataplasma en la piel afectada. Por algo la salsera y rumbera Celia Cruz cantaba aquello de que “traigo hierba santa, pa’ la garganta…”
Como no queriendo la cosa, he ido señalando, en tantos y tantos libros que uno lee en su vida, cosas extrañas, tan extrañas como las recetas y remedios (¿ficticios, reales?) que se utilizan en novelas, cuentos, biografías e historia. Es decir, son recetas, consejos de belleza, pócimas para sanar, brebajes para envenenar o enamorar y todo ese conocimiento, entre real y ficticio, para preparar cualquier tipo de potaje.
Lea usted los siguientes fragmentos: “Había salas dedicadas al teñido del cabello y de la palma de la mano, con una tierra rojiza o amarillenta que solo se encuentra en los alrededores de la ciudad de Fez, se llama rásull y se disuelve en agua de rosa o de flor de naranjo. También se teñían los ojos, con almendras amargas carbonizadas para ennegrecer las pestañas, y con el kójol para delinear el filo de los párpados…” (“Cuentos de Mogador”, Alberto Ruy Sánchez).
“Un mar de leche en el que todos los navegantes son náufragos no hagas ningún postre de cocina con leche de hembra de animal carnívoro y aún omnívoro de loba de leona de mujer de cerda regenera tu sangre y tu sentimiento con leche de animal cobarde de oveja de jirafa de asna” (“Oficio de Tinieblas 5”, de Camilo José Cela). Según el Nobel ibérico, para acceder a la fuente de la eterna juventud, es necesario practicar la antropofagia: abrir el vientre a las mujeres preñadas y “comer los fetos vivos y latidores”. Puf. Libro para adultos y no para niños, “Alicia en el país de las maravillas”, de Lewis Carroll. Aquí aparece un potaje para “achicarse”, una mermelada de naranja… ¿Inofensiva, no?