Invite a otros a brindar por un solo motivo: la fraternidad de estar vivos
De todo hay en este mundo, como en la viña del señor. O para decirlo también en un refrán muy mexicano y de amplia penetración en cualquier segmento de la sociedad: “Cada cabeza es un mundo, cada cabeza es una barbacoa…” Hay de historias a historias y por más raras o estrambóticas que nos puedan parecer algunas, pues son reales y superan cualquier ficción por afiebrada que esta sea. La realidad siempre va a superar a la ficción. La siguiente historia es real, por extraña y “loca” que parezca. La acabo de leer en un libro rápido y bien hecho: “Virreyes y Virreinas golosos de la Nueva España” de la autoría de José Luis Curiel para editorial Porrúa.
Aquí se cuentan historias de la vena gastronómica protagonizadas por los 63 Virreyes que estuvieron como jefes de Estado (digamos) en ese periodo de nuestra historia llamado Nueva España. De Antonio de Mendoza a Juan de O’Donojú.
En una línea de tiempo, sería de 1535 a 1840 y tantos. Aunque posteriormente le voy a estar comentado de estas historias y sus personajes (Virreyes y Virreinas), en esta ocasión le presento una hilarante y estrambótica. La protagonizó el 35° Virrey, Fernando de Alencastre y Noreña y Silva, Duque de Linares (quien fungió como Virrey de la Nueva España de 1711 a 1716). En 1713 este Virrey manda construir en la Plaza de Armas capitalina, una gigantesca pirámide con el fin de celebrar el nacimiento del infante Felipe Pedro Gabriel, hijo del Monarca Felipe V de Borbón, España. Para dicha celebración repito, el Virrey mandó construir una pirámide de… ¡alimentos” llegados de todas partes de eso llamado Nueva España o México, lo que hoy somos o conocemos como México.
Cuenta el libro y las crónicas de la época que en dicha pirámide (para algunos, como una reproducción egipcia, según. Aunque algunos otros refieren su base circular) habría faisanes y guajolotes de Yucatán, “tamales y rosquillas con la colación de la abadesa Sor Catalina Peón y las monjas clarisas. Conservas de papaya en hojas de higuera, turrones de almendra… guisos diferentes de Oaxaca… mostachones, pastas de almendra, higos, dulces de piñón y dátil de los pueblos de Coahuila, Durango y Chihuahua.
Turrones y cocadas de Jalisco y Colima…” (Página 127). Aquello fue literalmente la pirámide la gula. La pirámide de los excesos. El autor transcribe unos versos que fueron publicados en su momento para dar fe de semejante acontecimiento y jolgorio; a la vez, anotamos aquí unos fragmentos.
El poema es de más de 50 versos: “Sabroso el pavo, honor de cuanto vuela,/Guloso el apetito convidaba;/ La gallina, el carnero y ternezuela,/ El fiero toro de arrogancia brava;…” Dice el poeta en sus últimas coplas populares: en un instante “imperceptible” “ni la ruina quedó del edificio.” Todo se engulló, todo de comieron, incluyendo “cabellos de ángel y mazapanes de Querétaro. Tamales, pescados, charales y conservas de Michoacán… dulces de las monjitas de Puebla…” caray, una pirámide de la gula, ni más ni menos.
EL AUTOR
Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.
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