Estábamos en una reunión y una amiga se me quedaba viendo mucho. Le pregunté: “¿qué pasa?”, y me dijo: “admiro tu fortaleza”. Coloqué mi brazo sobre su hombro y le dije: “amiga, la vida no se detiene”.
La vida no espera a que estés bien o preparada, la vida sigue. Solo tenemos dos opciones: o nos tumbamos a llorar y a ver la vida pasar o seguimos adelante aún sin querer, aún con dolor, con miedo, aún sufriendo. En el camino nos vamos adaptando, sanando y aprendiendo, hasta que llega el día en que ya no duele y está cada vez menos presente, solo como un recuerdo de que pasaste por algo muy fuerte, que te desarmó, y hoy tienes todas las herramientas y fortaleza para seguir con tu vida ¡y disfrutarla!
Mi amiga me abrazó y me dijo “¿cómo te hiciste tan sabia?”, y le respondí: “EN LA QUIETUD, me senté con mi dolor. Pasé meses con él, sintiéndolo, entendiéndolo y sanándolo. No tuve prisa por salir adelante, ni de reemplazar el dolor con otras actividades. Es la primera vez que lo hago y, poco a poco, veo cómo todas mis heridas se van cerrando”.
Se nos ha enseñado que tenemos que hacer y hacer, que “un clavo saca a otro clavo”; pero no es así. No somos máquinas. Tenemos que bajar el ritmo, pasar más tiempo en familia, en la montaña, en el parque, disfrutar de lo simple, ver una serie completa sin tomar el celular. Estamos tan consumidos por el mundo allá afuera, que descuidamos nuestra alma y nuestra familia.
Cuando dejas de hacer y perseguir, las cosas solitas llegan. Deja de preocuparte por eso que tanto quieres y verás cómo llega; y si no llega, verás cómo ya no importa, cómo tu vida sigue adelante. Porque lo único que importa es la salud y la familia (aquí incluyo a los amigos del alma). Lo demás pasa y ya no importa.
Busca sanar tu alma, tus heridas, y verás cómo lo demás no importa.
Si no sanas, eso que no quieres se repetirá una y otra vez. Atraerás a la misma persona o circunstancia, pero con un cuerpo diferente.
Escuché algo muy bonito: estamos desesperados por buscar cuál es nuestro propósito en la vida… tu propósito es sanar, porque cuando lo haces, creas un mundo más bonito para ti y para los demás; y cuando lo haces, las cosas solitas llegan y se acomodan.
Claro que toma tiempo, determinación y un profesional que te ayude a entender qué es lo que te duele o a qué te aferras, para que lo puedas soltar. Cuando lo liberas, sucede la magia.
Lo que pasó, pasó. No podemos cambiarlo, pero sí podemos cambiar el hoy con nuestra actitud y las herramientas que esa experiencia nos dio. Porque si no lo ves como aprendizaje y lo anclas en tu corazón como víctima, de nada sirvió ese dolor. Te seguirá atormentando, robándote de un presente y un futuro plenos y maravillosos.
