El ser madre es una de las experiencias más gratificantes, importantes e impactantes de mi vida.
Cuando me convertí en mamá, inmediatamente me sentí otra persona. En la hora del parto no solo nació mi bebé, también lo hice yo, alguien muy distinta a la que antes era. Es un sentimiento inexplicable, un mar de emociones, dudas y sentimientos.
Hoy, después de 10 años de dedicarme a esta “profesión”, veo la maternidad de muchas formas y con diferentes ojos.
No olvido aquel consejo de mi mamá que, en medio del caos, me decía: “Tranquila, todo pasa”.
Y sí, hoy lo entiendo, todo está pasando tan rápido que en ocasiones quisiera detener el tiempo y congelar estos días de inocencia, risas, besos y abrazos.
Siento tan lejanas esas noches de llanto, de apego, de desveladas, que a veces me pregunto ¿yo también las viví? Hoy no recuerdo si traía ojeras, si me sentía desvelada o sumamente cansada.
Hoy añoro el tenerla en mis brazos, sentirla en mi pecho y escuchar su respiración.
Me dan nostalgia aquellas primeras veces de todo: su primera papilla, sus primeros pasos, sus primeras palabras. Al ver las fotografías y videos me es increíble ver la energía que corría por mis venas; ahí estaba yo, revolcada en el piso, sentada en el jardín, haciendo torres de blocks y jugando a las muñecas.
Siempre de aquí para allá, detrás de ella, evitando caídas y peligros. Cantando canciones infantiles, bailando “baby shark” y viendo a sus personajes favoritos.
Mi hija creció, ya no es mi niña chiquita a la cual llevaba al parque y a las piñatas, hoy se entretiene en su cuarto dibujando, escuchando música, en la bicicleta y pintándose las uñas; sin embargo, sigue y seguirá necesitando de mí y yo de ella.
Nuestro lazo es infinito, así como el que tengo con la mía, que, a pesar de mi edad, sigo necesitando de sus palabras, de sus pláticas, consejos, llamadas de atención y amor.
Porque el ser madre es para toda la vida y desde que está en nuestro vientre debemos comprometernos al cuidado, a la comprensión, a la paciencia, al aprendizaje y al desaprendizaje.
Comprender que cada etapa es distinta, retadora y compleja, que los límites los debemos de poner sí o sí, siempre, desde los terribles berrinches, las malas caras, las contestaciones y los abusos que muchas veces el amor de madre no ve.
Bendecidas todas las mujeres que en su maternidad no se pierden, sino más bien se reencuentran; que se reconstruyen y encuentran la fuerza necesaria para lidiar con todo lo que conlleva la crianza. Que no se apagan para que los demás brillen, sino que brillan en conjunto, porque al final es un equipo el que se está formando en casa.
Bendecidas aquellas que eligen embarcarse en este camino y las que no también, pues es una decisión personal que no es cuestionable. Las que honran a su madre, las que sanan sus heridas y entienden cómo funciona la ley de la vida porque algún día también seremos madres de nuestras madres.
Felicidades a todas y cada una de ellas, se merecen todo el amor que dan a los demás.