No estaba enamorada, pero tenía ganas de hacerlo.
Mi primera vez fue muy especial. A penas había cumplido 18 años cuando me decidí a hacerlo. Estaba muy ilusionada. Ya me habían dicho que era así como en verdad demostrabas que ya eras grande, que te habías convertido en una mujer hecha y derecha. Así que me animé.
Mis hermanas mayores ya lo habían hecho… varias veces… y pues, me contaron cómo les fue. Desde la anticipación inicial, el nervio a la hora de la hora y los sentimientos que vinieron después. Una de ellas me dijo que se arrepintió al poco tiempo, porque le habían hecho unas promesas muy bonitas que nunca se cumplieron, pero pues ya qué. Me dijo que se quedaba con la satisfacción de haber puesto lo mejor de su parte para que las cosas funcionaran. Y que como quiera, las experiencias que tuvo más adelante fueron más gratas.
Entonces me preparé, porque quería vivir plenamente la ocasión y, según me dijeron, lo mejor es hacerlo informada. Estuve leyendo en Internet, preguntando a la gente de confianza y pensando mucho cómo me iba a sentir si las cosas salían bien, o si pasaba algo raro, o si mejor no lo hacía. La cosa es que mis amigas ya andaban en eso y yo no me quería quedar atrás. Es como cuando a todas las de grupo les llega su período y solo faltas tú. Pues yo no quería ser la única que siguiera siendo una niñita.
Busqué a mis posibles candidatos. Obviamente no estaba cegada con ninguno, pero había varios que me gustaban. No sabía si tendría que elegir solo a uno, o podría con varios, si sería de uno por uno o de una vez con todos al mismo tiempo. También había una mujer que se veía muy interesante y pues yo siempre he sido muy abierta y progresista.
Sobra decir que no estaba enamorada, estaba ilusionada con la idea de hacerlo. Un acto tan sencillo, tan natural y que se repite por todo el mundo puede tener resultados tan impresionantes. Porque todo el mundo lo hace, ¿eh? Lo hacen los gringos, lo hacen los argentinos, con su fama de ser muy apasionados; en Europa dicen que son más fríos, pero igual son muy cumplidores y se lo toman casi como un deber.
Ya me había decidido con quién; separé la fecha y el lugar. Solo me faltaba checar la hora. Aquí les pregunté a mis tías. Como son señoras, me dijeron que a ellas les encantaba hacerlo bien tempranito, porque así te quitas del pendiente y andas bien a gusto todo el día. Una maestra, a la que le tengo mucha confianza, me dijo que es mejor al mediodía porque ya andas bien despierta y como que sientes más el impulso, pero que lo malo es que con el calor como que te tardas más para llegar y a veces como que te desesperas de no poder terminar pronto. Por último, una vecina me dijo que a ella le gusta más al final del día, pero que eso sí, como ya estás cansada y todo mundo anda presumiendo que ya lo hizo te sientes más presionada y pues disfrutas menos.
Así que decidí hacerlo en la mañanita, recién bañada, en el parque que está por mi casa. Ahí elegí a mis tres candidatos con quienes lo haría por primera vez: dos hombres y una mujer.
Me formé, checaron mi nombre en la lista nominal, me dieron todas las boletas de una vez, entré a la casilla y voté por el alcalde, los diputados y diputadas de aquel entonces. Me sentí feliz, plena y realizada por haber cumplido con mi deber cívico. Por ser, finalmente, una ciudadana hecha y derecha.
Yo hablaba de la primera vez que voté… o ¿qué se imaginaron?
Recuerda que el 10 de febrero es la fecha límite para tramitar tu credencial de elector. No te quedes fuera. Tú también hazlo, vas a ver que te va a gustar.
Twitter: @claravillarreal