“El que no habla, Dios no lo oye”, frase utilizada por nuestros maestros y padres cuando ya estábamos “atorados” con alguna situación e íbamos corriendo a pedir ayuda.
Sabíamos que, al ir con ellos a contarles lo que nos pasaba, íbamos a sentirnos aliviados, confiados y protegidos, pues siempre tenían las palabras correctas y una posible solución.
Nos hacían ver que siempre había una y muchas formas para salir del problema.
Al crecer y hacernos responsables de nuestra vida, de las decisiones que tomamos y nuestros actos, en ocasiones optamos por callar: por no querer molestar, preocupar, o tener una conversación que nos da miedo enfrentar.
Guardar nuestro dolor y callar lo que sentimos son acciones que, al principio, nos dan alivio, pues evitamos exponernos a preguntas incomodas, a cuestionamientos, a recuerdos e ideas que nos hacen sentir tristes y vulnerables.
Guardamos silencio por días, meses, años y hasta por el resto de nuestra vida.
No queremos dar la cara a ese dolor que por las noches no nos deja dormir, a esa situación que nos acelera el corazón, y optamos por llevarlo a un sitio en donde el sentimiento se puede esconder un poco.
Callamos y seguimos viviendo, como si no pasara nada; sin embargo, pasa todo.
Nuestro cuerpo va desencadenando una serie de problemas físicos, explotando de distintas maneras y, lamentablemente, manifestando enfermedades.
Hoy, en estos tiempos tan difíciles e inciertos, donde todos estamos tan cerca del dolor, de la preocupación, de la angustia, te regalo este consejo: pide ayuda.
Sí, sí podemos solos. El ser humano tiene la capacidad de salir adelante por sí mismo, de acoplarse, de sanar, de cambiar, pero no tenemos por qué transitar este camino en soledad.
Existen expertos para todos los temas, con una visión muy amplia y con grandes conocimientos. Personas que han pasado muchos años estudiando y sabrán qué es lo mejor para nosotros.
Pide ayuda a un médico, a un terapeuta, a un motivador, a un sacerdote, a un familiar, a un mentor, a un amigo.
Busca elementos que contribuyan a tu proceso de sanación, cosas que te hagan conectar y también desconectar.
La vida es una búsqueda constante de bienestar. No te canses de indagar, de averiguar e investigar en libros, talleres, sesiones o clases que te hagan mejorar, crecer y salir adelante.
Se vale alzar la voz. Es de valientes reconocerlo y hacerlo.
Como ya le he expresado por aquí: somos los únicos responsables de decidir cómo queremos vivir, cómo queremos sentirnos.
Busca un hombro para recargarte, un oído para que te escuchen y una base sólida que te dé ese empujoncito que tanto necesitas para volver a volar.