Lea usted la siguiente cita entrecomillada: “A menudo la mujer y los hijos se contaminan de esa vida, especialmente si el padre de la familia es en el fondo bueno con ellos y los quiere a su manera. Resulta entonces que en dos o tres días se consume en casa, en común, el salario de toda la semana. Se come y se bebe mientras el dinero alcanza, para después soportar hambre también conjuntamente durante los últimos días”.
Lea ahora usted el final de este párrafo: “La mujer recurre entonces a la vecindad y contrae pequeñas deudas para pasar los malos días del resto de la semana. A la hora de la cena se reúnen todos en torno a una paupérrima mesa, esperan impacientes el pago del nuevo salario y sueñan ya con la felicidad futura, mientras el hambre arrecia… Así se habitúan los hijos desde su niñez a este cuadro de miseria”.
¿Estamos hablando de México? No, es Alemania. Pero también puede ser cualquier país bananero de Latinoamérica. La cita, no se asombre, señor lector, es de Adolf Hitler en su libro “Mi Lucha”. Tengo la edición de junio de 2015. 245 páginas. Editorial del Partido Nacional Socialista de América Latina. Dice Hitler: los niños se acostumbran desde su niñez a este cuadro de miseria. Le creemos al abominable Hitler. Y es que usted lo sabe, hay un matrimonio perverso en México: tragos, harto alcohol y miseria.
Y los tragos duros, fuertes, que duelen en el gaznate forman parte de nuestro ADN como mexicanos desde siempre. Hoy le transcribo algunos fragmentos más del valioso y tremendo libro de Nellie Campobello –enigmática, extraña ella misma. Como personaje de novela de intrigas y suspenso sin fin– “Cartucho”, relatos de la lucha en el Norte de México, donde se dan extraordinarias pinceladas sobre la comida y bebida (más esto último) durante el cruento período revolucionario en el país.
“… el General Tomás Urbina nació en Nieves, Durango, un día 18 de agosto del año de 1877. Caballerango antes de la revolución, tenía pistola, lazo y caballo. La sierra, el sotol, la acordada hicieron de él un hombre como era”. ¿Lo nota, lector? La escritora deja un testimonio eterno en pocas líneas: para ser hombre en México, amén de tener facha de ello, en esos tiempos era necesario tener caballo, pistola… y beber sotol, harto trago de hombres. Sí, como los hombres bien bragados y bien nacidos. Luego agregaría sobre el General Tomás Urbina: “Sabía montar potros, lazaba bestias y hombres. Tomaba tragos de aguardiente de uva, y se adormecía entrelazado en los cabellos negros de alguna señora…”
“Y pasaba todos los días flaco, mal vestido, era un soldado. Se hizo mi amigo porque un día nuestras sonrisas fueron iguales. Le enseñé mis muñecas, él sonreía, había hambre en su risa, yo pensé que si le regalaba unas gorditas de harina haría muy bien”.
En el feroz y terrible período revolucionario en México había básicamente tres alimentos: tortillas, frijoles y sotol. No más. Y, claro, café. Y usted lo sabe, el mismísimo General Francisco Villa… era abstemio, nunca bebió trago alguno. Nunca.