Las señales de la vida, esas que quisiéramos que aparecieran justo cuando más las necesitamos, en medio de la confusión, de las dudas, de la angustia.
Le pedimos a Dios y al universo que se presenten, que nos brinden seguridad y la pauta para saber qué elegir, decidir qué camino tomar o hacia dónde ir.
“Mándame una señal para ver si esto es lo que necesito”, frase que externamos en medio de la duda, la tristeza o la angustia.
¿Dónde se encuentran? ¿Cómo las vemos? ¿Cómo podemos descifrarlas?
No siempre están a simple vista, pues no son muy claras. Está en cada uno de nosotros estar dispuestos a verlas, a escucharlas, a sentirlas. Abrir nuestros sentidos, observar y estar atentos a lo que pase a nuestro alrededor.
Las señales se hacen presentes de muchas formas en nuestra vida diaria, en lo ordinario, y también en situaciones extraordinarias. Solo es cuestión de creer y, ¿por qué no?, de crearlas.
Están en lo más simple y a la vez en lo más bello: en el dulce cantar de un pájaro, en un sediento colibrí, en las nubes blancas y aborregadas del cielo, en los fuertes soplidos del aire, en la fragilidad de la lluvia o en un brillante arcoíris.
En lo inesperado y en lo sorpresivo, en la canción que suena en la radio, en un ruido sin motivo, en las palabras de un desconocido o en la llamada imprevista de un lector.
En mi vida me he topado con distintas señales, las he visto presentarse de manera muy sutil, cuando mi corazón esta acelerado y mi mente confundida; también cuando me relajo, cuando mi mente no piensa en nada y está en blanco.
Las señales son un alivio para el presente y una puerta abierta para el futuro. Una oportunidad para ir por lo que deseamos, dejar ir lo que ya no necesitamos o continuar con lo planeado.
Hace un par de semanas, en mi mente rondaba la duda de si mis palabras y sentimientos llegaban a un destino específico o si se quedaban solamente en el aire, si era necesario tomar un descanso. Quizás ya había dicho todo lo que sentía mi corazón y era momento de dejar las letras por un tiempo.
Y entonces sucede algo inesperado: recibo una llamada a mi celular. Escucho la voz de una mujer que se presenta y me dice su nombre, me comenta que leyó mi columna, que le gustó mucho lo que escribí y que si podemos platicar un día por la tarde.
Aún no se concreta el plan, pero la invitación ya está y las ganas de conocerla también, de saber lo que tenemos en común y lo que podemos regalarnos la una a la otra.
Y entonces me di cuenta de que en ocasiones necesitamos un empujoncito real, una señal que nos conteste preguntas, que nos dé respuestas o nos haga sonreír y sentir satisfechos.
Que nos regalen un sonrisa y un apapacho para el alma.
Así que agradezco esa llamada y la pregunta que me encanta que me hagan y que es siempre una gran señal para continuar: “¿sigues escribiendo en el periódico?”
Sí, claro que sí.
La vida nos regala a menudo momentos mágicos, felices, coincidencias, personas que llegan en el momento preciso, como si fueran señales del camino que debemos seguir andando.