Somos lo que comemos. Primero es el ser, luego el tener (para muchos humanos, la gran mayoría, primero es esto: tener y de preferencia, a manos llenas) y claro, comer. Sin comida vamos al cadalso. Aunque la palabra de la Biblia diga que acercándonos a Dios y Cristo, no tendremos más sed ni necesitaremos más pan para vivir. Cosa que luego exploraremos: la relación del lenguaje, sus metáforas y símbolos con la comida como eje vertebral de nuestra existencia.
Reiniciamos: es ser, tener y comer. Desde siempre, desde el origen de la humanidad y gracias a que ciertos individuos han pensado más que otros, lo mismo hay alimentos prohibidos que alimentos considerados milagrosos. De una u otra manera y forma, los platónicos, los socráticos, los neoplatónicos, los epicúreos, los cínicos, los estoicos… todo mundo ha hablado de la dependencia entre los nexos o relación entre nuestra alimentación y ciertas conductas personales o de plano, la alimentación y nuestra vida intelectual y filosófi ca. Ya en el origen de todo esto, el filósofo antiguo, Porfirio, lo decía así: “abstenerse… de ciertos alimentos que por su propia índole pueden despertar las pasiones del alma.” Una y otra vez entonces estimado lector, aparece aquello de: somos lo que comemos.
Hay un filósofo antiguo que es harto famoso, es Diógenes el cínico o también llamado o apodado “el perro”, Diógenes el perro. Diógenes de Sinope (413-323 a de C.) Es famoso porque desafió al hombre más poderoso de su tiempo. Bueno, no lo desafió, pero lo puso en su lugar con su proverbial juego de esgrima verbal. Como Diógenes vivía desterrado de su patria, como un perpetuo mendigo y errante, éste vivía en un tonel; su famoso tonel y sólo poseía una escudilla para pedir pan, sopa o cualquier alimento. Al oír tanto hablar de él, el gran Alejandro, Alejandro el más grande, Alejandro Magno fue a verlo. Lo encontró en su tonel tomando el sol. A lo cual y al presentarse, Alejandro Magno le dijo: “Pídeme lo que quieras”, a lo cual Diógenes el cínico, le contestó en un segundo: “Déjame mi sol, lo estás tapando.”
¿Qué comía este gran filosofo que despreció la mano de un gran Rey, Alejandro Magno; qué comía y qué bebía este filósofo que mantenía pugnas terribles con Platón, Sócrates, Euclides, Antístenes y todos los más grandes pensadores de su tiempo? Diógenes enseñaba el regreso a la naturaleza en estado puro, el desprecio de los placeres, el dominio del cuerpo, la anulación de las pasiones y de toda necesidad. Y como cocinar, cocer, hacer carne asada era para él una especie de lujo innecesario… proponía comer la carne cruda, la cual llegó a probar, pero no la aguantó.
Comía aceitunas, higos secos. Era frugal, a sus discípulos les enseñaba a comer poco y a beber agua. Gustaba del queso, aceite de oliva, dátiles… es decir, estimado lector, la clásica y famosa dieta mediterránea que da vida, harta vida.
Para que usted lea todo sobre su dieta y vida, es menester leer “Vida de los filósofos más ilustres” de Diógenes Laercio. Hay varias ediciones en el mercado. Varias perlas de su sabiduría antes de terminar: alguien le preguntó qué era el amor, dijo, “ocupación de desocupados.” ¿Su opinión sobre Sócrates? “era un loco.” Preguntado cuándo debían casarse los hombres, contestó: “Los jóvenes todavía no: los viejos nunca.”
Alguien le preguntó, ¿qué vino le gustaba más?, Diógenes no tardó en contestar: “el ajeno.”
EL AUTOR
Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.
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