Un seminarista amigo mío, el día de su cumpleaños veintidós, recibió una felicitación de su papá que me dejó maravillado. Me sorprendió la cartita, porque en pocas líneas sintetiza el fuego con que todo padre resplandece al pensar en su familia. Su alma vibra al ver a su hijo nacer, crecer, hacerse un hombre y aportar lo mejor de sí a la sociedad.
Así escribía: «verte nacer y salir del vientre de tu madre, fue para mí una experiencia sin igual. Comprendí que Dios era grande, que era infinitamente bueno, pues me permitía ver la vida misma. Y al ver la tuya, que era parte de la mía, me dije: “Solo Dios puede realizar tan gran prodigio”».
En medio de un mundo en que observamos tanta violencia, incluyendo la intrafamiliar; cuando vemos tantos abortos que se realizan porque los papás no quieren echarse a las espaldas problemas… qué gozo experimentamos al escuchar de un solo padre: Dios me ha dado este niño así como es. ¡Es parte de mí! Como decía el papá de mi amigo: «solo Dios puede realizar tan gran prodigio».
Ser padre es algo inmenso. Es algo que solo quien lo es lo puede explicar. Y pienso en este mundo, en el que tantos nos quieren hacer ver que los hombres somos violentos solo por el hecho de nacer así; o que películas o series nos presentan la figura paterna como alguien que no comprende, alguien alejado o hasta tirano… leer estas líneas son bocanadas de aire fresco, un oasis en el desierto cultural en el que caminamos.
Solo miren lo que sigue diciendo este papá: «pronto nos veremos y podré darte ese abrazo que tanta felicidad me da, pues el estrecharte y sentirte muy cerca de mí me hace verdaderamente feliz. Aunque estés lejos, sé que estamos muy unidos y juntos, pues siempre que voy a una iglesia te veo ahí, en el Sagrario. Todos los días que acudo a Él en las mañanas, ahí te veo junto con mi Señor».
Blaise Pascal dijo que el corazón tiene razones que la razón no entiende; la fe de este hombre no ensombrece su razón, le ha mostrado sencillamente la verdad del amor sincero. Incluso en la distancia, ser papá no dejaba de tener sentido; incluso crece de día en día.
Al terminar de leer la carta le pregunté a mi amigo si siempre había sido así. Él me dijo que desde su decisión de entrar al seminario -a los doce años-, su papá no ha dejado de decirle que está orgulloso de él, que siempre está cercano y que tiene todo su apoyo, incondicional.
Y no pude sino pensar en el mío y su incansable amor, lleno de consejos, abrazos y manifestaciones muy concretas. Y pienso en tantos que, como él, se dedican a la inmensa, bella y sencilla labor de ser padres: esos hombres que solo se dedican a amar y que, de esa manera, han sido los cimientos de nuestras vidas.
Papá, ¡eres lo máximo y te amo con todo mi corazón! ¡Gracias por ser como eres! ¡Gracias por ser mi ejemplo! ¡Gracias por amarme! ¡Gracias por ser, simple e inmensamente, mi papá!