Se puede pensar que el mundo no se cambia con sólo 70 dólares
Es normal participar en una conversación sobre lo mal que está el mundo. Sin embargo, con este tema sucede lo mismo que con el del clima: se habla y se habla, sin ánimos de cambiarlo; se piensa que así como la temperatura depende de la naturaleza, el hacer un mundo mejor depende de otras personas. A mí, que me dejen en paz con mi sofá, que eso me basta. “¿Qué podría aportar yo? Desde mi puesto de trabajo no tengo influencia ninguna”. “¿Cómo lograría construir un mundo más justo y bueno, si con trabajo ayudo a mis familiares?”. Ryan Hreljac, niño canadiense de primaria, nos enseña que con un poco de ilusión podemos hacer mucho.
Como todo gran proyecto, tuvo un inicio muy simple. En una de sus clases de primaria la maestra les hablaba sobre la sed que se padece en África. Les relataba cómo muchos niños y mujeres debían que caminar largas horas sólo para llenar un recipiente del preciado oro azul y volver cargándolo como un tesoro. Y concluía: “¡Pensar que bastan sólo 70 dólares para excavar un pozo!2. Ryan -en su inocencia- tomó al pie de la letra estas últimas palabras. Al llegar a casa les pidió a sus papás la cantidad. Su situación económica era difícil, pero su madre le ofreció un dólar diario si le ayudaba en los quehaceres de la casa. No lo pensó dos veces.
El chico barría, aspiraba, compraba la leche, tiraba la basura y, además, ignoraba las burlas de sus hermanos Jordan y Keegan. ¡Estaba dispuesto a todo con tal de meter cada día un dólar en su alcancía! Por fin llegó la hora en que completó la suma. Junto con su madre, se dirigió a una organización de ayuda a los países africanos llamada WaterCan. La directora, Nicole Bosley, explicó al pequeño que para construir un pozo no bastaban 70 dólares, sino 2,000. Pero hizo un compromiso con él: si conseguía 700, WaterCan pagaría los otros 1,300.
El niño siguió trabajando, sólo que ahora puso en movimiento a los que le rodeaban: la maestra colocó una alcancía sobre su escritorio, los parientes y conocidos le ayudaron, ¡y hasta sus irónicos hermanos visitaron a los vecinos para conseguir el resto! ¡Ryan, por fin, lo logró! Emocionado, acudió una vez más a la organización, pero esta vez para escoger el lugar donde se construiría el pozo: un pueblito de Uganda del Norte. Él mismo eligió un punto cercano a una escuela; así -pensó- chicos como él gozarían de agua fresca. Gracias al patrocinio de un periódico local, el 27 de julio de 2000 Ryan fue recibido en el lejano pueblo africano.
Era apenas un niño de 10 años, y grandes y pequeños lo admiraban. Además, al volver a casa, Canadá entero le conocía y hasta el primer ministro lo recibió en un encuentro personal. Nació así la fundación “Pozo de Ryan”, que ha conseguido ya muchos miles de dólares destinados a diversos proyectos en el África y hoy conforma una de las principales organizaciones en el mundo dedicadas a esta finalidad. Se puede pensar que esta es una historia bonita, pero aislada. Que el mundo no se cambia con sólo 70 dólares, que hace falta más tiempo, dinero, etc. Pero la verdad es que sin niños -¡y adultos!- con ilusión, no habría tantas cosas buenas en el mundo que sin duda marcan la diferencia.